¿POR QUÉ CRUCES DE BOHEMIA?

MAX.-¡Me sobran méritos! Pero esa prensa miserable me boicotea. Odian mi rebeldía y odian mi talento. Para medrar hay que ser agradador de todos los Segismundos.
Luces de Bohemia
RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN


   Hace demasiados años que me oígo decir eso de: “Nena, tú vales mucho, pero estás desaprovechada”. ¿Y sabéis qué? ¡Que es cierto! Y pensaréis: “Pues qué creído se lo tiene”. Pero es que si a estas alturas de mi vida no supiera cuánto valgo, apaga y vámonos. No me he puesto delante del ordenador a sacar jugo de mis entrañas haciéndome la hipócrita. Si una cosa he aprendido en lo que llevo vivido hasta ahora es que más vale que mi autoestima dependa exclusivamente de mi criterio, no del de los demás, aunque eso no me impide escuchar sus opiniones. Pero los demás, en general, son muy caprichosos, un día te encuentran maravillosa y a la semana siguiente ya no les interesas un pimiento. No, no, no, no. De hecho, salvaguardar mi autoestima y mantenerla a buen recaudo ha sido lo que me ha impulsado a enzarzarme en esta aventura blogera.

   Lo que más me preocupa no es si valgo mucho o poco, sino que, en efecto, estoy desaprovechada. Y lo peor no es que lo esté, sino que me siento desaprovechada, más que eso incluso, me siento desperdiciada, como ese resto sabroso que el cocinero desecha caprichosamente porque no encaja exactamente con lo que está preparando. Y con ese sentimiento ya es mucho más complicado apechugar. Son tantas las cosas que podría hacer... y tan pocas las ocasiones que el exterior me brinda para ello; son tantas las ideas que bullen en la olla de mi ser, y tan escasas las escudillas dispuestas a servirse de ellas; es tanta la impotencia que vengo acumulando... ¡que ya no puedo más!

   Mis ansias por aprender y el goce adrenalínico que conlleva todo riesgo me han avalanzado a menudo sobre proyectos en los que no siempre he caído de pie. Pero cuando no ha sido así, he procurado levantarme con dignidad, autocrítica y ganas de seguir apostando, por muy magullada que estuviera. Es innegable que mi talante no se lleva bien con la monotonía o el encasillamiento. Cuando sé que controlo algo, necesito ponerme a prueba en otros menesteres. Y eso es algo que, admitámoslo, no está muy bien visto en el mundo actual. Un mundo que, ante todo, exige que no controlemos en exceso nuestra situación, para así podernos controlar a su antojo; e impone, para mayor comodidad suya, la camisa de fuerza del encasillamiento. Por eso ese mundo y yo no nos llevamos muy bien.

   La energía y la fuerza con que la naturaleza me ha dotado son contempladas con cautela, cuando no con recelo, por casi todos los jefes que se cruzan en mi camino. Les encanta utilizarlas para sus propósitos, pero sólo por un ratito, no fuera a tomarme yo demasiadas confianzas y acabara por traerles complicaciones. Estoy harta de malgastar mis fuerzas en tonterías y de mantener tirantes las bridas de mi energía. Creo que ya ha llegado el momento de tomar las riendas de mis capacidades y de encaminar mi jamelgo por la ruta de mis cruces, mis cruces de bohemia. Y a ver qué pasa.

   Me muevo en el mundo profesional de los medios de comunicación porque el destino me llevó un buen día a él, sin ni tan siquiera proponérmelo. Empecé tonteando en la radio municipal de mi pueblo, Ràdio Caldes -de hecho, mi voz fue la primera que se oyó en las ondas hertzianas calderinas-, y acabé poniendo el careto delante de las cámaras de todo el país. ¡Qué cosas! No importa lo que yo haga, tarde o temprano, vuelvo a la tele, a la radio o a escribir algo para alguna revista. Y menos mal que, con mayor o menor frecuencia, me van saliendo cosas, puesto que, al fin y al cabo, decidí vivir de ello. El problema es que cada vez está más complicado encontrar rendijas por las que colar propuestas interesantes.

   Algunos años después de haber trabajado en la radio básicamente, me sentí muy decepcionada por comprobar que lo que prevalecía era la “radio informativa” en detrimento de la “radio creativa”, como muy bien decía Buenafuente en una entrevista en El País, y asumí, resignada -un estado que detesto asumir-, que era complicadísimo hallar frecuencias por las que poder emitir algo distinto. Asumí igualmente que lo de trabajar en televisión parecía más complicado todavía. Y como no soy muy partidaria de ir estrellándome contra vallas insalvables, busqué una salida alternativa del redil y encaré mi vida profesional por otros derroteros. Así fue como me lancé al mundo de los platos, no en la cocina, aunque me encanta cocinar, sino como pinchadiscos. Y cuando, al fin, estaba consolidándome en ese ámbito, ¡zas! aparecen los de TVE y solicitan inesperadamente mis servicios. Sí, nos han hablado de una discjokey muy cañera, con pelos de punta, y justo nosotros necesitamos una chica así. ¿Ah sí? ¡Cosas del destino! ¿Un programa de televisión? ¿Para presentarlo? ¡Claro! Sinceramente, no supe negarme a realizar algo que, años atrás, me moría por hacer. Nunca había hecho televisión y a mi naturaleza osada le fue imposible de rechazar el reto de presentar un programa en directo, de música además. El programa en cuestión fue Plàstic, cuyo éxito inusitado a quien más sorprendió fue a nosotros mismos, y duró dos años y medio en antena, en distintos formatos. Después de ese programa, vinieron otros: Peligrosamente juntas y Tal Cual, ambos en la 2 de TVE, un lugar en el que siempre trabajé muy a gusto. Pero cuando los de Tele5 me propusieron trabajar en sus Informativos, pensé: “¿Por qué no? Es un nuevo reto. Me he pasado años sin querer saber nada de ese mundillo, tal vez ahora esté preparada para aportar algo nuevo.” ¡Eh, para el carro! El sueño se tenía que acabar algún día, pequeña. Pues sí, mucho me temo que mi aportación estuvo bastante más limitada, desde el principio, de lo que me habían vendido. Y eso es algo que me ha pasado a menudo. Me venden una moto, y luego me encuentro con otra muy distinta. A vosotros también os pasa, ¿no?

   Sí, la vida se empeña en demostrarnos una y otra vez lo capacitada que está para desilusionarnos. En fin, la cuestión es que en vez de presentar informativos, que era para lo que inicialmente me habían contratado, acabé realizando comentarios sobre noticias de actualidad. Y la cosa tenía su punto, porque me permitía opinar sobre temas que me interesaban, sin ningún tipo de censura. Más tarde, descubrí que esa había sido mi perdición, ya que después de aquello, pasé a convertirme, sin comerlo ni beberlo, en “opinadora” habitual de tertulias radiofónicas y debates televisivos de muy variada índole.

   Y mi trayectoria como conductora de programas quedó definitivamente truncada. La gran ventaja del cambio era que disponía de mucho más tiempo libre y me libraba de un montón de responsabilidades. La relación tiempo/pasta era óptima y ahí justamente estaba la trampa. ¡Ay, el dinero, siempre el dinero! Profesionalmente, no me sentía todo lo realizada que yo hubiera deseado, pero era un trabajo cómodo y bien pagado, siempre y cuando pudiera ir combinando distintas cosas a la vez. Lo que, dicho sea de paso, no me ha ocurrido con frecuencia y, puesto que éste pasó a ser mi único sustento, me encontré de repente dependiendo de un trabajo que no acababa de satisfacerme. Por eso nunca dejé de presentar proyectos de radio o de televisión, pero jamás tuve la suerte de encontrar apoyos definitivos. Así que seguí opinando.
   -¿Qué más quieres, tía? -decían mis amigos y mis compañeros -te pagan por decir lo que piensas, luego te vas a tu casa y sanseacabó.
   -Sí, no está mal pero...

   En fin, con el paso de los años, mi ánimo fue cayendo en picado porque los temas que me proponían cada vez eran menos interesantes, o dejaban de serlo al ser tratados de forma tópica y vulgar. Así que, para mantener mi equilibrio psicoético a un nivel aceptable, opté por colaborar en programas de presupuesto más bajo, pero de contenidos más altos, y agradezco de verdad que todavía haya profesionales en los medios que se esfuercen por mantener el listón a una buena altura, y que decidan contar con mi humilde participación para tal empeño.
    Supongo que lo que más acabó desnivelando ese equilibrio psicoético al que antes aludía fue el hecho de que, paralelamente a mi problemática e insatisfactoria andanza mediática, mi vida personal siempre ha transcurrido por los cauces de la más ecléctica y edificante instrucción. Soy una firme convencida de que la vida es un proceso de aprendizaje y trato de cultivar y de enriquecer mi mente, mi espíritu y mi existencia en/con mundos que me incentiven y me hagan crecer interiormente. Es la única fórmula que conozco para poder vibrar con esto de la vida, algo que nos dan y nos quitan sin nuestro consentimiento. Esa búsqueda vibrátil ha hecho que cada vez sea mayor y más insalvable la frontera que separa mi mundo de ese otro mundo mediático que, progresivamente, y salvo contadísimas excepciones, ha ido sufriendo un proceso de adocenamiento imparable. Además, si a eso añadimos mi carácter vehemente y la pasión con que defiendo mis opiniones, seguro que todos comprenderéis que, en realidad, era esa parte de mi persona la que más les interesaba, independientemente del talento, la inteligencia o la comunicabilidad que pudiera aportar. Llegué a sentirme tan mal con todo ello, que realmente concluí que ese mundo estaba más interesado en sacar lo peor que había en mí, y no lo mejor.
   ¡Y eso me desesperó, me entristeció y me exasperó! Entre otras cosas, porque siempre he creído que la radio y la televisión ofrecen un sinfín de posibilidades que casi nadie parece dispuesto a indagar. Posibilidades de lo más diverso. A mí el campo que más me interesa es el de la cultura, una palabra cuya única mención, a la mayoría de directivos y jefes de programas mediáticos, les provoca una especie de urticaria. ¡Y esto es algo que sencillamente me rebela!

   ¿Por qué la cultura tiene fama de aburrida? ¿Por qué se empeñan en asociar los libros, los cuadros, las esculturas, el videoarte, las fotografías, determinadas películas o determinadas músicas con el elitismo o el aburrimiento? ¿Por qué insisten en ofrecer programas culturales sesudos y coñazos? ¿Por qué? ¡Es algo que no puedo entender! ¿Es que no hay nadie por ahí, con suficiente poder decisorio, capaz de admitir que el talento de los medios de comunicación consiste precisamente en saber comunicar, con gracia, con criterio y con salero, contenidos nobles y edificantes? ¿Por qué la simpatía se asocia con la banalidad y no con la inteligencia? ¿Acaso son incapaces de comprender que es posible divertirse aprendiendo? ¡Estoy harta de que esto sea algo inamovible e inevitable! ¡Estoy harta de todo eso y de un montón de cosas más! ¡Y estoy convencida de que hay una pila de personas por ahí que comparten mis quejas! Al menos, hay un programa de libros en la 2, los domingos a eso de las 20h, realmente estimulante y ameno. Seguido de “Redes”, el gran clásico, ya, del fantástico Eduard Punset. Pero son sólo islas en un mar comunicativo putrefacto y lleno de chapapote rosa.

   Por eso me he puesto a escribir estos..., no sé cómo llamarlos..., ensayos, escritos, reflexiones... Porque, año tras año, he ido incubando en mi interior una serie de intereses y de pasiones que me agitan, me enaltecen y me presionan con una ansiedad desbordante por salir al exterior, a la busca y captura de pasiones ajenas con las que compartir el lado fascinante de la vida.
Se da, además, la circunstancia de que es muy poco probable que pueda hablar públicamente y con propiedad de los temas que más me interesan. ¡Pero yo necesito hacerlo! Si algo soy es una comunicadora, y ardo en deseos de comunicar lo poco o lo mucho que he ido aprendiendo con los años a toda aquella persona que desee escucharme. Puede que mis puntos de vista no interesen a nadie, o puede que interesen a muchos, no lo sé, pero yo debo intentarlo. Es una obligación para conmigo misma como ser humano. Si no lo hago, voy a morir de frustración. Y eso es algo que no puedo consentir de ninguna manera. Deseo compartir con el mundo más partes de mí misma de las que hasta ahora me ha estado permitido. Tratar de lograrlo me motiva y me empuja a seguir luchando por algo en lo que creo.

   El juego de palabras valleinclanesco con que recopilo estos escritos viene muy a propósito por muchas razones. Para empezar, porque así rindo un tributo a uno de los autores más especiales y talentosos de las letras hispanas: Don Ramón del Valle-Inclán, un tipo que me fascinó ya en la adolescencia, cuando empecé a saber de él, por su aspecto, por su arte, por su rebeldía, por su originalísimo talento y por su inteligente sentido de la provocación. Por todo ello, he querido que su espíritu merodeara por mis escritos, iniciando cada uno de ellos con una cita de sus impresionantes, agridulces y realmente únicas Luces de Bohemia.

   Por otra parte, la palabra cruces define perfectamente lo que son estos escritos, pues los temas que trato ya son en sí mismos una confluencia de cruces, cruces de ideas propias y de referencias ajenas, cruces de sentimientos y de pensamientos, cruces de reflexiones y de temperamentos, cruces de objetividades y de subjetividades, cruces conscientes y cruces inconscientes, e incluso subconscientes... Cruces por los que mis palabras atraviesan a veces a toda mecha, haciendo uso de la prioridad que les corresponde; y otras, en cambio, se lo toman con parsimonia y cautela, para no saltarse el stop del sentido común y la prudencia, aunque luego sigan por el camino de la impaciencia, al encuentro de otros cruces que atravesar. A veces, me voy por las ramas y salto con las lianas de la imaginación a través de mi pensamiento, entrecruzando temas que, aparentemente, no venían a cuento. Otras, en cambio, me dejo llevar por una disciplina más metódica, que me sumerge de lleno en el tema y trato de apurarlo con todas las consecuencias.
Tampoco debemos olvidar las cruces que los seres humanos acarreamos con el sobrepeso de nuestra estúpida inercia, desoyendo los grandes cruces de palabras de los sabios, que, a trancas y barrancas, han logrado hacerse oír a lo largo de nuestra historia, la de la humanidad.
Los seres humanos somos una criaturas muy entrecruzadas en varios sentidos, somos tremendamente contradictorios: repelentes y fascinantes a un tiempo, previsibles y sorprendentes, cobardes y valientes, repetitivos e innovadores, hábiles y torpes... Siempre a punto para seguir dando mecha a los que escriben las páginas de la historia, aunque hagamos caso omiso de las conclusiones que se deriven de nuestro proceder y seamos la comidilla de generaciones futuras. A veces, nos lanzamos al vacío de nuestra memoria y arrancamos el mundo por peteneras; otras, en cambio, vivimos temerosos de que nuestra historia tal vez no sea digna de contar. La naturaleza humana y sus innumerables cruces es algo que jamás ha dejado de fascinarme.

   Como innumerables son los cruces que cada cual atraviesa, componiendo así el circuito de su propia vivencia. Somos lo que vamos construyendo, y también lo que vamos derribando. En ese proceso de aprendizaje al que antes aludía, cada cual incorpora o desecha lo que cree más pertinente. Cada uno tiene sus propias fuentes y sus puntos de referencia, sus prioridades y su escala de valores, sus cruces, en definitiva. Yo he querido compartir algunos de los míos con todo aquel y toda aquella que tenga a bien transitarlos y honrarme con su receptividad o su curiosidad. No pretendo demostrar nada, ni alardear de no-se-qué, pues mi modestia no me alcanza para ello. Soy consciente de que mi aportación es limitada, pero creo que merecedora, al fin y al cabo, de poder constar en unas páginas.

   Y puesto que el combustible que alimenta el vehículo comunicativo que he decidido conducir consta únicamente de palabras, sin apenas lubricantes visuales o acústicos –lo siento, informáticamente, no doy para mucho-, me ha parecido pertinente entrecruzar con las mías otras de mayor octanaje, para poder circular más fluida y profundamente por la red de cruces de mis páginas. Son palabras que pronunciaron y escribieron otros en su día y que han pasado a formar parte de mi alma, la han nutrido y la han fortalecido tan hondamente que no he podido por menos que tomar carrerilla y lanzarlas al exterior con fuerza, esperando que caigan suavemente, como una vibrante y refrescante lluvia coloreada de confeti, sobre la apática pesadumbre del mundo que hemos ido construyendo y que nos acoge a mí, y a ti, lector, y a ti, lectora, y que tan a menudo nos carga con sus pesados mecanismos hipócritas, que tan complicado nos parece tratar de desarticular.

   Al fin y al cabo, todos esos párrafos señalados, todas esas palabras que he ido anotando con entusiasmo y meticulosidad en mis cuadernos de lectura a lo largo de los años, y que, dada mi condición de lectora pertinaz, nunca dejo de engrosar; son los que me han convertido en el ser humano que voy siendo y me empujan constantemente en la búsqueda incansable del ser en general y de mi ser en particular. Si no me hubiera cruzado con todos y cada uno de los seres que han tenido el talentoso acierto de transfigurarse a través de las palabras, no estaría aquí y ahora escribiendo yo todo esto. Todos ellos se han convertido en una fuente de inspiración y de estímulo constante e inagotable hasta tal punto que he llegado incluso a establecer lazos afectivos con algunos. Sí, sí, les quiero, ¿qué queréis que os diga? Siento que, entre nosotros, se ha tendido un hilo espiritual tan indestructible como estimulante. Supongo que esto es debido a lo que ya Pascal explicó espléndidamente hace varios siglos:

   Cuando un discurso natural pinta una pasión o un efecto, descubrimos dentro de nosotros la verdad de lo que se oye, verdad que no sabíamos que llevábamos en nuestro interior, de tal suerte que nos sentimos movidos a amar a quien nos la hace sentir; porque no nos ha manifestado un bien que era suyo, sino nuestro; y así ese beneficio nos lo hace ver como amable, aparte de que la comunidad de inteligencia que tenemos con él nos inclina necesariamente el corazón a amarle.
Pensamientos


   Y ya que ha salido Pascal, me siento en la obligación de denunciar lo increíblemente mal promocionados que están hoy en día la mayoría de seres humanos que, antes que nosotros, han vertido sus cabales opiniones sobre la naturaleza humana y han pasado a convertirse en clásicos, una palabra peligrosa por culpa del montón de prejuicios que la rodean. Unos cuantos tipos aburridos y poco proclives a poner en práctica las concepciones intelectuales que dicen poseer, menos a divulgarlas y mucho menos a hacerlo amenamente, se han apoderado de nombres como Pascal, Montaigne, Goethe, Séneca, Voltaire, Baudelaire, Cicerón, Unamuno, Sabato, Huxley, Gide, Rilke, Wilde, Quevedo... y de yo qué sé cuántos más, los han maniatado y encerrado en las mazmorras de su exclusivo club privado, los han alejado de las estanterías de la gente y no piensan soltarlos ni aunque estemos dispuestos a pagar su rescate con nuestro más vivo interés. Esos tipos han conseguido, incluso, que, a la gente, le dé palo oír estos nombres. La juventud, especialmente, sometida a un sistema educativo incompleto, precario y mal especializado, siente cierto pavor ante la escucha de los nombres de determinados intelectuales, por creer que pertenecen a un mundo que está fuera de su alcance. ¡Y eso no es cierto! Casi todos ellos poseen unas almas impresionantes y asequibles, os lo aseguro, que se dejan querer con la única condición de que leamos sus obras con buena receptividad y estemos dispuestos a pasar un rato en compañía de su sabiduría, de una sabiduría que, por ser sabia en sí misma, sabe que su principal objetivo consiste en hallar el camino de acceso al ser humano, y no precisamente en entorpecerlo. La sabiduría es, ante todo, estimulante, por ello se nos presenta a menudo repleta de chispa y de gracejo, de atrevimiento y de sorpresa, dispuesta a captar nuestra atención con una habilidad prodigiosa. Cualquiera puede comprobarlo abriendo uno de los suculentos libros que estos seres especiales han dejado a nuestro alcance y ¡dejarse llevar! ¡Es una auténtica gozada!

   Los cruces de palabras ajenos que incorporo a mis escritos son una apoyatura de primer orden con que entender más plena y profundamente el sentido de las mías. Y si algún malintencionado pretendiera ver en ello un alarde de conocimientos o de atesoramiento cultural, erraría de pleno en su análisis y se alejaría totalmente de mis intenciones, que no obedecen más que al deseo de divulgar las palabras, las reflexiones y los pensamientos de unos seres fascinantes que, incomprensible e inmerecidamente, no gozan hoy del favor del púbico.

   Bohemia lo soy no en el sentido desordenado, ni checo, claro está, sino por llevar una vida de la que dispongo a mi antojo la mayoría del tiempo, sin horarios ni convencionalismos, abierta a la creación propia y ajena, corta de pasta en más ocasiones de las que sería de desear y libre de ataduras. El tiempo de que dispongo es uno de los tesoros más preciados de mi vida, con él me entrego a la bohemia siempre que me place, vivo feliz procurando sustento a mi mente y a mi espíritu, sin preocuparme demasiado del otro sustento, cuyo logro más depende del azar que de mis propios méritos, aunque deba reconocer que, cuando ése sustento es precario, toda mi bohemia se resiente por la falta de sosiego en que me sume y que tan necesario es para disfrutarla plenamente.

   Del mundo de la bohemia proceden igualmente las palabras que antes mencioné y los que las escribieron. De algunos de los cruces bohemios que, juntos, hemos ido configurando con el transcurso de los años os rindo buena cuenta a través de estos escritos, que espero disfrutéis gratamente y os dejen, como mínimo, buen sabor de espíritu.

Comentarios

  1. Te felicito por estas "Cruces de bohemia". Un muy buen y bien escogido título. Y me encanta esos cruces de ideas tuyos con los pensadores. Brava!!

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  2. Si no fuera porque la cita es tuya(y muy tuya),intentaría apropiármela.
    Pensaré,sin precipitación,si debo intentar comprártela:
    "La normalidad es un peso pesado impuesto por la colectividad, con el único fin de salvaguardar la mediocridad de la mayoría.

    M.G."

    Muy buena!

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  3. ...traigo
    sangre

    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE
    MARISOL

    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE CHOCOLATE, EL NAZARENO- LOVE STORY,- Y- CABALLO, .

    José
    ramón...

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  4. http://carlosvillarrubia.blogspot.com/2010/05/palabras-companeras-2-marisol-galdon.html

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