LA SEÑORITA PEPI

 

Algarabía en el patio de luces y sombras de la escuela. Expectación ante el primer día de curso. Calcetines largos, zapatos nuevos se entremezclan con otros pares que no se han rendido todavía, faldita a medio muslo, algún pantalón corto apurando los últimos días estivales, los demás, largos, de batalla. Llantos anunciadores de añoranza materna de parvulitos se funden con los gritos excitados de la chiquillada que correteamos al encuentro de complicidades y confidencias entre compañeros conocidos y ojeamos entre los nuevos. Intercambio de cromos vacacionales multicolores con aroma a sal playera, a campo del pueblo ancestral, a hastío de holganza obligada. Los alumnos mayores se dan importancia, bromean entre ellos, los demás nos mantenemos alerta, rebosantes de excitación novedosa y ganas de hincar el diente al nuevo curso.

¡Suena el timbre!

Estampida hacia las escaleras, tan solo frenada al pasar ante la mirada severa y temible del director, el que castiga sin compasión a los que visitan su despacho cuando se portan mal. Los profesores nos van indicando las aulas que nos corresponden. La nuestra, la de 2º de EGB, está dos pisos más arriba. Entramos y tomamos posiciones tras los pupitres, de dos en dos, niños y niñas nos emparejamos aleatoriamente, los más aplicados en la delantera, los remolones por detrás.

El aroma a escuela nos envuelve de nuevo. Huele a tiza y a gomas de nata, a lápices nuevos y bolis bic, a libros recién forrados, a libretas flamantes de cuaditos y de rayas para llenarlas de sumas, restas, dibujos y caligrafías redonditas. El runrún se para en seco. Una mujer morena de melena suelta, con minifalda y botas altas de charol acaba de entrar acompañada del director. ¡Es nuestra nueva seño! ¡Lo nunca visto, una profe con minifalda! La sintonía de Los Vengadores, mi serie favorita, resuena en mi cabeza mientras contemplo, pasmada y fascinada, a esta Emma Peel transfigurada en maestra que será la encargada de aleccionarnos durante los próximos nueve meses. ¡Qué chulada! Es la primera mujer que veo en la vida real con minifalda, ni mi madre, ni mis tías, ni mis vecinas alcanzan ese nivel de modernidad.

Se llama Pepi, y nada tiene que ver con las cursiladas ñoñas de La Señorita Pepis. Ella es simpática y resuelta, decidida y auténtica. Sus ojos oscuros emanan una autoridad natural bondadosa y empática que no necesita gritar para atraer nuestra atención. Nos tiene en el bote, encandilados, los ojos como platos. Sus maneras suaves y su voz grave presagian un curso estimulante al que vamos a aplicarnos con gusto y alegría. Cuando suena el timbre anunciando el recreo, ya somos conscientes de que la nuestra es la clase más fardona del cole.

El curso se nos pasó volando sobre el nido mágico de la señorita Pepi. Resultó ser una profesora de guante blanco y vocación incorruptible, que solucionaba los problemas con una sonrisa y nos adiestraba con fluidez encaramada en sus tacones. Adelantados y rezagados éramos queridos por igual, los unos con gratificantes palabras, los otros con alentadora paciencia. La señorita Pepi tenía el don de aleccionar con ternura y tolerancia en el arte del aprendizaje del saber. Sembró en nosotros las semillas de la curiosidad incipiente que regábamos sin apenas darnos cuenta del profundo germinar que tendrían en nuestro futuro como estudiantes y como personas.

El influjo de la señorita Pepi y sus maravillosas minifaldas ha permanecido inalterable en nuestro ser y nos permite evocar el recuerdo de sus enseñanzas con infinita gratitud. ¡Gracias, Pepi!

#MiMejorMaestro

 

 

Comentarios

  1. Un texto muy lindo que lleva al lector en volandas hasta los años de su infancia.Pero además de eso, a mí , particularmente, me ha hecho recordar una anécdota entrañable que me ocurrió como docente. Un año, ya bien entrada mi vida profesional , tuve un alumno cuya madre, al acudir a la tutoría ,se presentó diciendo que había sido alumna mía; yo no la recordaba, había sido en un lugar distinto , un pueblo muy chiquito , al que me tocó trasladarme durante mi primer año de ejercicio , pero ella a mí me recordaba perfectamente, rememoró algunas de las cosas que hacíamos en clase, juegos, canciones... con cariño y sobre todo me mencionó el que le había encantado cómo vestía, que iba con unas botas negras de charol , altas, por encima de la rodilla , de esas de mosquetero que estaban de moda por entonces , y con minifalda, naturalmente . Se ve mis aires modernos en aquel pueblecito atrasado impresionaron a la criatura. Pensé en lo inimaginable que puede llegar a ser la impronta que queda de cada maestro en cada uno de sus discípulos... Menos mal que al parecer en este caso fue buena y dejé un buen recuerdo. Este bonito texto, que no sé si es inventado o autobiográfico ( y tampoco importa mucho), me lo ha traído a la memoria. Gracias.

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  2. ¡Qué importantes han sido los buenos profesores en nuestro crecimiento como personas! Gracias por esta Señorita Pepi. Un bonito homenaje.

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