PADRE MÍO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS...

   

    Si repasamos hechos acontecidos durante un 26 de Febrero, nos encontramos con algunos dignos de mención: la Inquisición ordenó la captura de Galileo. Nacieron Victor Hugo, Levi Strauss (el creador de los famosos tejanos) o William Frederick Cody, “Buffalo Bill”. Napoleón se escapó de la isla de Elba. Marx y Engels publicaron el Manifiesto comunista. Se inauguró el Palau de la Música de Barcelona. Murieron Fernandel o Paco Martínez Soria. E incluso hubo un eclipse total de sol. No está nada mal, ¿eh? Bien, pues un frío 26 de Febrero de 1931, en la localidad jienense de Siles, perteneciente a la preciosa Sierra de Segura, en medio de una España efervescente y convulsa, que en poco más de un mes proclamaría la II República, nació Bejerano Galdón Fernández, mi padre, hijo de Hilario y de Pilar.




    ¡Bejerano, qué nombre tan raro! Más que nada porque ya sea en forma de “Bejerano” o “Bejarano” no deja de ser un apellido habitual en Extremadura o, lógicamente, en Béjar, Salamanca. Pero en el caso de mi padre no se trata de un apellido, sino de un nombre propio inexistente al que mi abuelo Hilario se aferró para bautizar al primogénito de su generosa prole. El hecho de que ese nombre no constara en el santoral poco importó a mi abuelo que, a lo sumo, consintió en bautizar a mi padre como Ernesto-Bejerano, aunque legalmente y a todos los efectos siempre fue Bejerano, o Beje para mi madre o sus hermanos, en ocasiones distendidas. Otro de sus hermanos posteriores ya fue bautizado sólo como Ernesto, pero Bejerano era el nombre de uno de los toreros favoritos de mi abuelo y nadie le iba a privar de llamar a su primer hijo así. A su segunda hija, mis abuelos le pusieron Bienvenida, aunque mucho me temo que la tradición taurina en la familia Galdón Fernández se truncó ahí y los nombres de los cinco h¡jos que vinieron después nada tuvieron que ver con el asunto de los astados. Deduzco que mi abuela Pilar se plantó, seguramente por haber tenido que soportar más de una noche en vela, sola, con los niños, esperando, con el alma en vilo, la llegada de mi abuelo Hilario de alguna de sus correrías por las corridas, nunca mejor dicho, y encierros de los pueblos de alrededor o incluso de más allá y no quiso que cada vez que llamara a sus vástagos pareciera que anunciaba el cartel de una corrida en Las Ventas.

    Mis abuelos Hilario y Pilar, sentados, con la hija pequeña Pili entre ellos. Detrás, de pie, los demás hijos (de izquierda a derecha): Horacio, Amalia, Ernesto, Vicenta, mi padre, Bienvenida y su marido Tomás.


    El pequeño Bejerano fue un niño obediente, cordial y excelentísimo estudiante. El mejor, según cuentan. Siempre era el nº 1 de la clase. Tan espectaculares eran sus capacidades y su rendimiento, que “el maestro” de la escuela fue a hablar, admirado, con mis abuelos y trató de convencerles para que hicieran el esfuerzo de permitir al joven Bejerano estudiar una carrera en la universidad. Algo a lo que mis abuelos se negaron, argumentando que les parecía injusto brindar esa oportunidad a su hijo mayor, pero no a los seis restantes, puesto que no estaban en condiciones económicas de permitírselo. Una decisión ecuánime, sin duda, que, de un modo u otro, influyó en el carácter de mi padre y que unida a una prácticamente taoísta falta de ambición por su parte, hicieron de él un hombre acomodaticio, honesto, sencillo y feliz. Un hombre que, entre otras cosas, nunca dejó de leer el periódico. Ya que, como bien contaba su primo Salvador Galdón, y mío por añadidura, en el funeral de mi padre:

    -“En Siles, sólo había dos personas que se compraban y leían el periódico todos los días: mi tío José Henares y mi primo Bejerano.”


                                          ¡A la mili! En Pobla de Segur, Lleida.


    Y aquí conviene hacer la primera aproximación al carácter de Bejerano Galdón. Yo diría que más que acomodaticio, mi padre fue un hombre conformista y práctico. Escribía muy bien e hizo alguna crónica deportiva para el diario Dicen o para el TeleExprés (siempre me hablaba de los magníficos artículos deportivos que el gran Wenceslao Fdez. Flórez publicó en ABC y que él degustaba con deleite) que llamaron la atención de los jefes y le propusieron formar parte de su plantilla, pero al joven Bejerano de entonces, recién llegado a la Catalunya cómoda y plácida del Vallès barcelonés, concretamente al que sería mi querido y entrañable pueblo, Caldes de Montbui, lo de irse a vivir a la capital no le apetecía lo más mínimo y declinó la oferta. Así era él. Huyó siempre de las complicaciones, del tipo que fueran, y se encajó en la vida que le tocó en suerte sin rechistar, procurando pasar lo más desapercibido posible, puesto que destacar o llamar la atención siempre fue algo que le resultó incomodísimo. ¿Quién lo diría viéndome a mí, verdad? Pues así es.


                                             Mis padres, en Siles. Unos novios felices.


    Claro que yo soy hija de mi padre y de mi madre, Delfina, una mujer decidida, simpática y con arrojo que conformó junto a mi padre un prototípico matrimonio de opuestos atraídos. La expresión: “Ha heredado la inteligencia de su padre y la simpatía de su madre” (o similar) me la he oído cientos de veces. Mi madre siempre ha sido la que ha tirado del carro de las decisiones domésticas y familiares, algo que a mi padre no sólo le pareció estupendo, sino que lo fomentó en todo momento. De hecho, él ya cumplía su misión, encargándose de traer a casa el sustento económico. Ni más ni menos. Lo demás eran cuestiones no prioritarias que prefería delegar en mi eficiente madre, para poder así disponer del tiempo libre a su antojo, un concepto sagrado en la modesta, pero selecta, fórmula de la felicidad a la que mi padre se acogió durante toda su vida.

    ¡Ah, el tiempo, y el espacio! Las dos casas en las que he convivido con mis padres disponían de una estancia para uso exclusivo de mi padre. Era “la habitación de papá” o “La habitación del deleite”. Un rincón personal y acogedor, que nada tenía que ver con el consabido despacho, y que, durante muchos años, conformaron un tresillo de terciopelo granate, un mueble bar, bien surtido, una estantería de madera oscura con una mesita a juego y un magnetófono, de los de bobinas, con horas y horas de música clásica y un televisor en blanco y negro, al que, años más tarde, fue incorporado un vídeo. En los estantes, libros y cómics de todas clases, una de las grandes aficiones de mi padre –recopiló encuadernadas y completas las colecciones de El guerrero del antifaz o El príncipe valiente-. Cuando llegaba de trabajar, se encerraba en su mundo durante unas horas y daba rienda suelta a sus múltiples aficiones: escuchar música clásica, leer, escribir, hacer crucigramas, dibujar (afición que fue perdiendo con los años, pero todavía recuerdo sus láminas coloreadas de animales de la selva, especialmente de felinos, sus favoritos), y ver documentales sobre naturaleza o competiciones de atletismo, su deporte predilecto: ¡se sabía TODOS los récords mundiales de velocidad, saltos de altura, longitud y pértiga y lanzamientos, de todos los tiempos, de memoria!!! ¡Era impresionante! En más de una ocasión, familiares y amigos trataron de convencerle de que fuera a concursar a la tele, a programas como El tiempo es oro, por ejemplo, pero no hubo manera, lo de salir en televisión era algo que le horrorizaba, su timidez se lo impedía. Ya me encargaría yo, años más tarde, de salir por los dos...


            Papá y yo en la tumbona del patio de nuestra casa de la calle Montserrat, en Caldes de Montbui.



    Esta manera de ser de mi padre, solitaria y hedonista, fue calando en mí, hija única, sin apenas darme cuenta. Es por eso que no he podido evitar recordar las palabras de mi adorado Montaigne, que tan bien nos encajan a ambos:


    Quien pueda debe tener mujer, hijos y bienes, pero sin aficionarse tanto a ellos que su felicidad de ellos sólo dependa. Siempre conviene tener una estancia, secreta y propia, en la que establezcamos nuestra verdadera libertad y nuestra principal soledad y retiro.


    O aquellas de Tíbulo, que el propio Montaigne cita más adelante, en sus Ensayos:


    Sé en la soledad tu propio mundo.


    De pequeña, me encantaba burlar el control de mi madre y colarme en el mundo de mi padre. Entraba subrepticiamente en la habitación, me sentaba en un rincón del sofá y mi padre me lo permitía, a ratos, siempre y cuando estuviera calladita y mi insaciable curiosidad no le bombardeara a preguntas. Durante esos ratos, papá me transmitió su amor por la música clásica, por ejemplo. Le veo ahí sentado en su sillón orejero, con los pies cómodamente reposados en un taburete; un cigarrillo Rumbo, sin filtro, en una mano y un vaso largo, con dos dedos de whisky o ginebra, en la otra, escuchando a Beethoven, su favorito. Mientras suenan las notas de una de las sinfonías del genio de Bohn, papá va inventando, con gracejo e imaginación, un cuento, sobre la marcha, cuyo argumento y acciones irá hilvanando hábilmente con esas notas, y me lo narra con su bonita voz de barítono, que tan bien sabe modular y tan poderosamente mantiene mi atención. (¡Uy, qué bueno! Mientras escribo esto, escucho Radio Clásica y acaban de presentar la 5ª Sinfonía de Beethoven. ¡Me encantan estas coincidencias!).

    Mi padre y yo en la otra parte del patio, un domingo de primavera, recién levantados.


    Y hablando de voces, no puedo por menos que destacar la gran tradición cantarina que siempre ha habido en mi casa y de la que mi padre rindió buena cuenta en varias bobinas de su magnetófono. Ahí quedaron grabadas las versiones que papá hacía de alguna de las finas rancheras de su admirado Jorge Negrete o de algún que otro fragmento zarzuelero, -¡oh, sí, adoraba la zarzuela!-: “Fieeeeeel espada triunfadoraaaaa” o “No puede seeeeer, esa mujer es bueeeeena”; las espectaculares recreaciones que mi madre hacía de coplas de Concha Piquer o Marifé de Triana o mis pinitos, más poperos, entre los cuales destaca mi entregada interpretación, con seis añitos, del “La, la, la”, de Serrat, versión Massiel.


    Papá me enseñó también mis primeras palabras en inglés o a escribir a máquina, tapando las teclas con esparadrapo y todo eso; aunque me temo que por ser esto último algo tan mecánico y por ser yo una niña tan inquieta y creativa, nunca puse demasiado empeño en dominar. También trató de iniciarme en el ajedrez, juego con el que ganó algún que otro trofeo en su juventud, pero nunca se me dieron demasiado bien las estrategias y no alcancé ni de lejos su nivel.

    El Bejerano familiar era un hombre que compartía con mamá y conmigo la pasión por el teatro, con esos estupendos Estudio 1 de TVE, en los que, semana tras semana, un extraordinario elenco de actores y actrices españoles acercaban hasta nuestros hogares las mejores obras nacionales e internacionales. ¡Y el cine, faltaría más! Todos los fines de semana, íbamos los tres al cine de mi pueblo y disfrutábamos de una estupenda doble sesión. O gozábamos en casa de las películas que echaban por la tele, aptas para todos los públicos. En esa misma tele en la que nos apasionábamos con los partidos de fútbol y baloncesto.


    Un día de playa, con nuestros amigos calderines, los Badía. Aquí, Joan, con un flotador patito; Josep Mª, en el agua; papá lanzando la pelota y yo en la colchoneta. Badia padre tiraba la foto y las mamis preparaban la comida.



    Ay, papá, ¡qué tiempos aquellos..!


   Años más tarde, me independicé del hogar paterno, bastante joven, con poco más de 20 años, y cuando mis padres venían a visitarme a Barcelona primero y a Madrid después, jugábamos épicas partidas de Trivial, ellos, mi novio Mingus o mi novio Federico y yo. Lo hacíamos por parejas y cuando nos tocaba a papá y a mí juntos, ¡siempre arrasábamos!


Papá en mi piso de las Ramblas,
jugando con mi gato Fellini.
     Y aquí conviene hacer alguna precisión. Para empezar, mi padre siempre fue un hombre muy tradicional. Le hubiera encantado que me hubiera ido de casa para instalarme en un hogar, junto a mi marido. Pero tanto él como mi madre fueron muy pronto conscientes de que mi manera de pensar no tenía nada que ver con la suya y se dieron cuenta de que mi coherencia entre lo teórico y lo práctico era bastante sólida. Siempre tuve muy arraigado el sentido de la independencia y nunca creí en los contratos sentimentales. A pesar de todo y tras habernos enzarzado en más de una discusión al respecto, finalmente, ellos decidieron apoyarme y, no sólo eso, sino que mantuvieron y todavía mantienen, especialmente en el caso de Mingus, con el que estuvimos juntos durante casi 8 años, una fantástica relación. Recuerdo que, un buen día, cuando ya iba yo por el tercer novio serio, mi padre se acercó a mí y me dijo:

    -Mira, hija, tu madre y yo lo hemos estado hablando y queremos decirte que eres libre de mantener la relación que quieras, con quien tú quieras, siempre lo has sido. Pero, verás, el problema es que nosotros nos encariñamos de tus novios; cada vez que nos presentas a uno, pensamos que ese es el definitivo y nos hacemos ilusiones. Así que por eso, queremos pedirte, y espero que lo sabrás comprender, que, a partir de ahora, no hace falta que nos presentes a ningún novio más. ¿De acuerdo?


Mis padres, en la deliciosa parte
trasera de mi piso de las Ramblas 

     Enternecedor, ¿verdad? ¡Eh, y que conste que, exceptuando novios temporales que jamás presenté a mis padres, sólo he mantenido cuatro relaciones importantes en mi vida, incluída la de mi novio principal de adolescencia!

    Bueno, ya para ir terminando este homenaje a mi querido padre, hablaré un poco del Bejerano Galdón social. Y aprovecharé para romper una lanza en su favor, puesto que algunas personas se quedaron con la idea de que mi padre era un poco antipático, o incluso algo estirado. ¡Nada más lejos de la realidad! Lo que ocurre es que papá siempre fue un hombre tímido, como ya he dicho, serio y muy despistado, que iba por la calle, concentrado, a lo suyo, y no prestaba atención a la mayoría de personas con que se cruzaba. Y eso, claro, en un pueblo en el que nos conocíamos casi todos, no es socialmente correcto. No os podéis ni imaginar, cuando íbamos mi padre, mi madre y yo de paseo por Caldes o incluso por Siles, la de veces que le preguntaba a mi madre, al saludar ésta a alguien: “Oye, ¿y éste (o ésta) quién es?” Mamá le explicaba con pelos y señales quién era aquella persona: de qué familia procedía, con quién estaba casada, dónde vivía o trabajaba... Pero daba igual, mi padre no retenía esa información, consciente o inconscientemente, véte tú a saber, y al cabo de unos días, invariablemente, volvía a hacer la misma pregunta, al cruzarnos con esa misma persona... ¡Ay!

    Socialmente, mi padre fue siempre considerado un hombre serio y formal. Pero en la intimidad, os aseguro que era un tipo ameno, simpático e incluso divertido. Era una de las personas más graciosas que he conocido contando chistes, justamente porque los chistes contados por gente seria, son los que más nos hacen reír. Lo cierto es que siempre se granjeó la estima y el afecto de los que le trataron.


Comiéndose una chuleta en la
Torre Marimon, de Caldes.
    Su panda de amigos sileños, de la juventud, seguían siendo sus mejores amigos. Sus compañeros de trabajo le siguieron llamando todos los años, echaban unas risas, se ponían al día y se transmitían un profundo y sincero afecto. Por no hablar de sus hermanas y hermanos, o de sus primos y primas... O de sus cuñadas y cuñados, o de sus sobrinos... ¡Todos te quieren, papá! Porque conocerte era quererte, esa es la pura verdad. Sin olvidar el valioso ramillete de amigos y vecinos más allegados, sileños y calderines, cuyas vidas jamás se han dejado de entrecruzar del modo más cariñoso, ni que fuera telefónicamente, con las vidas de mis padres.


Con sus compañeros de trabajo de Industrias Bonastre, en Caldes de Montbui. Mi padre es el
segundo, por la izquierda; el primero es el señor
Margalef
   Uno de los entretenimientos favoritos de mi padre que más y mejor contribuyó a estrechar lazos afectivos con sus familiares y allegados fue el de jugar a las cartas. ¡Ya lo creo, le encantaban los juegos de naipes! Sus juegos favoritos eran el póquer, el remigio y, ya en los últimos años de su vida, el cinquillo. Al póquer, jugaron tanto él como mi madre, en distintas épocas y con compañeros diferentes, de los que recuerdo a mis tíos Juan y Pili o a nuestros vecinos Nieves y Pedro, en timbas nocturnas que organizaban en casa de unos o de otros, los sábados por la noche, y terminaban a las tantas. De estas, sólo me llegaban voces y risas a mi dormitorio, cuando la cosa tenía lugar en nuestra casa, y no me estaba permitido el participar. Por eso mis favoritas siempre fueron las partidas de remigio. Tenían lugar los domingos por la tarde y cada semana se jugaba en una casa distinta. O en verano, en lo que ellos siempre llamaron “la viña”, unas bonitas tierras, a las afueras de Caldes, que mi abuelo Hilario compró y posteriormente repartió, cuando aún vivía, en siete hermosas parcelas, una para cada hijo.
    Mis padres, las hermanas y hermanos de mi padre y sus respectivos cónyuges eran los componentes de estas cachondas partidas. Yo, de jovencita, no participé apenas en ellas porque mis intereses sociales eran variados e intensos y estaban en otros ámbitos. Pero cuando me mudé a Barcelona y subía a visitar a mis padres, junto con mi compañero Mingus (al que mi abuela Pilar llamaba “Bingo”, y Mingus y yo bromeábamos con que igual si la llevábamos al bingo, cantaría “Mingus”), durante el fin de semana, siempre nos quedábamos a jugar con ellos porque nos lo pasábamos pipa. Mis tías Amalia, Vicenta, Anita y Ángela y mis tíos Ernesto, Horacio y Antonio acostumbraban a andar por ahí. Las partidas eran larguíííísimas, al mejor de 100 tantos, con dos reenganches. Mi padre siempre era el que anotaba el tanteo... Es que lo de los números siempre se le dio muy bien; no en vano se ganó la vida como administrativo. Bueno, pues no os podéis ni imaginar el alboroto y las risas que armábamos cada fin de semana. Y cuando empezaban a sacar motes de gente de Siles, aquello era el acabose. Por no hablar de mi padre que, cada vez que ganaba una mano, entonaba eso de: “Sinforoso Ambrosio ha llegado...”

    ¡Cuántos buenos momentos, papá! Espero que no te importe, estés donde estés, que los comparta con los demás. Con aquellos que tuvieron el placer de conocerte y con los que ya nunca lo tendrán.

    Tan solo quisiera destacar una de las últimas contribuciones desinteresadas que hizo mi padre a sus compatriotas sileños. Un buen día, sonó el teléfono, ya cuando mis padres estaban instalados en Guadalajara y el alzheimer todavía no se había cebado en él. Era uno de sus amigos de juventud, el reputado maestro y director de la Banda Municipal de Estepona, Manuel Navarro Mollor. Acababan de encargarle que compusiera el Himno de Siles, necesitaba ponerle letra y no se le ocurría nadie mejor que mi padre. Fue una gran alegría y un honor para él. Lo hizo gustoso y encantado. Todavía le recuerdo, satisfecho, enseñándome el papel en el que había compuesto la letra del Himno... Ya empezaba a resultar difícil descifrar algunas de las palabras... ¡Pero eso no nos impidió poner la grabación de la música y cantar juntos el Himno de Siles!

Mis padres en la Torre Eiffel, en París.


    Los dos últimos años fueron tan duros, papá... El alzheimer es una enfermedad atroz por la que nadie se merece pasar. Ya hacía tiempo que ese ser que acabo de describir, mi padre, no estaba con nosotros. Tú igual no te diste mucha cuenta de eso, ¡gracias a Dios!; pero resultaba muy triste e impotente comprobar como, semana tras semana, la enfermedad se te iba llevando poco a poco... ¡Mamá ha sufrido muchísimo, y su rodilla hecha caldo da buena cuenta de ello! Tranquilo, tú no tienes la culpa de nada... Te aseguro que, poco a poco, va superando tu pérdida. Tu pérdida física, aunque tu influjo sigue estando muy presente en nuestros recuerdos y en los de muchas otras personas.


    Por todo lo dicho, papá, por todo lo que no tuve tiempo de decirte y porque te quiero y siempre te querré, no podía dejar pasar este 26 de Febrero sin rendir este justo homenaje a ese caballero andaluz tan peculiar, al que no le gustaban los toros ni el flamenco y que siempre, desde jovencito, fue del Barça.


    Un hombre, en definitiva, al que se le pueden aplicar las palabras del maestro andaluz Antonio Machado: “un hombre, en el amplio sentido de la palabra, bueno”.




























Comentarios

  1. PRECIOSO HOMENAJE MARISOL, CON UN PADRE ASI NO ES DE EXTRAÑAR QUE TU HAYAS SALIDO TAN MARAVILLOSA COMO ERES

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  2. Veo que se ha solucionado un problema técnico, que no permitía dejar comentarios.
    Os agradezco mucho que lo hagáis!
    ¡Gracias, Pako Jones!
    I gràcies a tu, Fèlix!

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    Respuestas
    1. Ha sido un verdadero placer pasar por tus letras, Marisol.Me he sentido transportada a mi niñez, he revivido recuerdos con mi padre (con un montón de parecidos con el tuyo) que , por desgracia, también se me fué y a quien echo de menos nadie sabe cómo. He vuelto atrás a esa España de los años 70 y si he de ser sincera, al final de tu escrito casi se me salta una lagrimita. Enhorabuena por tu pluma. Te seguiré leyendo.
      Estrella Cabrera

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    2. Un placer, Estrella. ¡Por fin encontré tu comentario!
      Gracias por compartir tus sentimientos y tu empatía.
      Ya estamos unidas no solo por el rock.
      Un puñado de besos.

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  3. ¡¡¡Ufff, Marisol!!!. Esta recién mañana de domingo, sin churros ni porras, me despierto temprano, y dudo si encender el ordenador o ponerme a pintar unas florecillas en las puertas de los muebles de la cocina..., no me quiero liar porque me conozco y voy de un lado a otro de esta ventana fácil que te ofrece un viejo portátil.

    Decido mirar el correo, ver el facebook, y ya. Pero de repente en el inicio de mi perfil, ahora llamado biografía, me encuentro con:

    Marisol Galdón,
    "Tal día como hoy nació mi padre, que falleció el pasado 31 de diciembre. He querido rendirle un tributo desde mi blog. La mayoría de vosotr@s no lo conocisteis. Algun@os, sí. Si os apetece saber algo de él, os invito a entrar. ¡Va por ti, papá!".

    Y, ¿cómo no leerlo?, imposible. Y lo que me alegro...

    Me ha encantado Marisol, lo cuentas tan bien como nos retransmites un partido de tenis en facebook.
    Por lo que cuentas tu padre podría haber sido un crack de los medios, cualquier medio, tv, radio, escritura, literatura. Pero igual, esa inteligencia innata le advirtió que sería menos feliz, ¿quién sabe?, lo que está claro es que eligió y fue feliz, que es lo que importa.

    Querida Marisol, las dos tenemos uno de nuestros progenitores nacidos y criados en la provincia de Jaén..., ya decía yo.
    Lo de "la viña", es para mí algo tan cercano como vivido. Desde que tengo uso de razón ese término va unido a mis vacaciones de verano, Navidad, Semana Santa, puentes..., mi padre, nacido y criado en mi Madrid de mi alma, salía escopeteado cada vez que tenía ocasión, nos metía en el seiscientos, luego en el 124 especial y luego en el chrysler 180, y hala, rumbo a Andújar y luego a "la viña", que estaba en la carretera que va a "La Virgen de la Cabeza". Mi padre murió hace 22 años, y los viajes se suspendieron..., a mi madre todo le dolía. La Semana Santa pasada, 2011, la pasamos en "la viña", mi madre, mis hermanos, sobrinos, primos, tía...
    Ufff, qué recuerdos.

    Leerte es un placer.

    Marisol, yo no sé a dónde van las personas que se mueren, no sé dónde estarán nuestros padres, sólo sé que nosotras estamos aquí, y que tú hoy con este tributo, has sido una hija con una necesidad, y esa necesidad no es más que las entrañas de los valores que te han alimentado. ¡Enhorabuena! por ello a Bejerano y Delfina, y a ti por ser una hija agradecida.

    ¡¡¡De tal palo, tal astilla!!!

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  4. Preciós, Marisol. Felicitats per aquest exercici de recuperació de la memòria.

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  5. ¡Qué precioso el supercomentario de Rocío! ¡Gracias por compartirlo!!

    Gracias también a la familia Margalef por leer este artículo.

    I a tu, Pep Bras, gràcies també!
    Gràcies a Déu no depenc de cap llei per poder fer exercicis de recuperació de la memòria!

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  6. No te conocia...ahora te conozco un poco. Gracias por existir.

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  7. Chica, Marisol, no había visto esta entrada (yo, como de costumbre, instalada en mi despiste habitual, de hecho, esta es la segunda vez que intento escribir este mensaje, no sé qué hice la primera, manazas soy) y lo acabo de descubrir porque alguien lo ha subido a Twitter. Me parece haber conocido a tu padre, quizá porque, además de describirle brillantemente, tu padre no fue sino otros muchos padres, productos de su tiempo y las circunstancias. Al acabar de leerte, siento su pérdida, en dos tiempos, como se siente la pérdida de alguien con quien no se ha tenido mucho trato pero que forma parte de tu paisaje familiar.

    Y siento nostalgia. Esas fotos en blanco y negro que me rechiflan de lugares donde nunca he estado y de tiempos que apenas recuerdo me transmiten lo que yo llamo 'nostalgia de lo no vivido' que, paradójicamente,me producen una maravillosa sensación de bienestar.

    ¡Brava Marisol! Petons.

    PD Si este mensaje no se autodestruye de la que vaya a enviarlo y te llega, que sepas que soy @kimmstery, la fan de #Marigol que, junto a Regino, está empeñada en que un día les visites en Santander para llevarte por el mal camino de las risas non stop. ;)

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    Respuestas
    1. Mi querida Kim, sé perfectamente quién eres. Tu encanto, tu buen rollo y tu desparpajo son una de mis alegrías tuiteras.
      ¡Muchas gracias por tu precioso comentario!
      Tú también me produces sensación de bienestar.
      No te quepa la menor duda que si voy a parar a la hermosa Santander, nos echaremos más de una risa.
      ¡Mil besos, guapa!

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