ARMANDO EL CRISTO, DE VELÁZQUEZ
No hace mucho, me decía mi amigo Taisán, hombre culto, ingenioso y revoltoso, que había dos cosas de mí que le encantaban. A saber: que era la última punki de la tele y que era un personaje literario puesto en la vida real. De las muchas cosas que han dicho u opinado sobre mí, debo admitir que estas dos me hicieron sentir especialmente bien. Toquecito de vanidad. Las valoraciones de Taisán se acomodaron en mi cabeza, en el mismo vagón en que viajan mis vivencias, se pusieron juguetonas y empezaron a proyectarme un flashback efervescente, que recogía algunas de las más singulares. Y es que independientemente de la mayor o menor fortuna con que la vida me ha agraciado o machacado, es del todo cierto que he tenido la gran suerte de vivir situaciones y experiencias curiosas y muy peliculeras. Hasta tal punto que, en mitad de alguna de estas experiencias, me giré yo, atónita, buscando una cámara, como si al destino le hubiera dado por filmarme. No han sido pocas las ocasi