MATADORES




Llegó el 8 de Marzo, nuestro día, yupi, el Día Internacional de la Mujer. Superado ya el fatídico 1984 de Orwell y mucho más allá de la futurista odisea espacial del 2001 de Kubrick, aquí seguimos las mujeres, las que seguimos vivas, aprovechando que nuestro Día pasa por ahí una vez al año, más saturadas que las grasas de estancada impotencia en lo que a derechos y justicia se refiere y sin el más mínimo deseo de celebrar nada de nada.

No hay nada que celebrar, oigan. No nos insulten felicitándonos, por favor. Reservemos las felicitaciones para ese día en el que…

al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga igualdad

Descanse usted en paz, camarada Labordeta, que estoy segura no le importará que haya intercambiado libertad por igualdad en su Canto a la Libertad. Habrá un día en que, cuando el destino se digne alcanzarnos, no necesitaremos un día para que el mundo haga el paripé reivindicativo con nosotras y falte de nuevo a nuestra inteligencia y abuse de nuestra tolerancia, olvidándose al día siguiente del maltrato y la vergonzante desigualdad a que nos somete, porque ya no será necesario.

Pero a la espera de que llegue ese día, hoy la mayoría de ordenadores de las redacciones mediáticas de todo el mundo se apuntan al postureo reivindicativo, con artículos, reportajes, documentos, y piezas para sus informativos plasmando, en el mejor y más solidario de los casos, las reiteradas, año tras año, década a década, golpe a golpe, violación a violación, reivindicaciones de las mujeres y sus derechos torcidos. La mayoría no son más que refritos de lo mucho que se lleva escrito ya, puesto que la realidad, para la inmensa mayoría de las mujeres del planeta, sigue tan embarrancada como los pasados 8 de Marzo de los últimos 50 años. Y vamos a peor.

Leeremos en las redes sociales, en fin, nuevos e imaginativos tuits, enlaces, artículos, memes y fotos plasmando el injusto proceder que una sociedad ingrata y, sí, lo siento, machista, asúmelo y déjate de hipocresías, muchacho, nos tiene reservado a las sufridas mujeres. E incluso habrá más de un gilipollas bromeando al respecto. Espero que no se cruce en mi camino cibernético.

Por todo ello, este 8 de Marzo, no pretendo abundar en lo mucho que se ha dicho y reivindicado y debe seguir diciéndose y reivindicándose, sin duda, qué remedio, el mundo se hace el sordo con nosotras, ya que el exhaustivo y reivindicativo artículo que escribí en este mismo blog hace un par de años sigue plenamente vigente, muy a mi pesar, y a disposición de quien desee leerlo: No woman no cry, Fight!!!





Asesinos habituales

Este año me he propuesto hacer saltar la banca de la historia del crimen mundial porque, por si no lo sabías, lleva siendo controlada desde tiempos inmemoriales por los hombres, prácticamente en exclusiva. Dispongo para ello de la objetiva y empecinada frialdad de datos y estadísticas que ponen al descubierto una realidad criminal que apenas nos cuentan por salir ellos, los hombres, tan mal parados.

¿Sabías, por ejemplo, que, a pesar de ser las mujeres algo más del 50 % de la población del planeta, casi el 95% de los homicidas de todo el mundo son hombres?

Así quedó recogido en el más reciente estudio mundial sobre el homicidio realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y publicado en 2014.

Ese mismo estudio recoge datos tan curiosos y sorprendentes como que “de país a país y entre regiones, independientemente de la tipología del homicidio o del arma empleada, los hombres suelen ser asesinados por alguien que ni siquiera conocen. Mientras que casi la mitad de las mujeres son asesinadas por las personas (hombres en su mayoría) más cercanas a ellas”. Esa traición de confianza resulta cuanto menos aterradora.

Como señalaba Enrico Bisogno, jefe de la unidad de desarrollo de datos de la UNODC, en una entrevista para la BBC: “Los homicidios son principalmente un problema de hombres, desde la perspectiva no solo de los perpetradores sino de las víctimas.”

Consultado al respecto el director del Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, Lawrence Sherman, declaró, en ese mismo reportaje de la BBC, que la concentración de asesinatos entre hombres es una de las constantes más firmes de la criminología. A las mujeres nos matan menos. Y nosotras, cuando lo hacemos, es en la mayoría de los casos, en defensa propia.

Sherman citó los hallazgos del historiador urbano estadounidense Eric Monkkonnen, considerado una autoridad mundial en la historia del crimen. Monkkonnen nos legó sus exhaustivos y valiosísimos análisis sobre las estadísticas de homicidios en algunas ciudades, entre ellas Londres o Nueva York. No pueden por menos que impresionar y sobrecoger algunas de esas conclusiones:

-Homicidios cometidos en Londres entre 1719 y 1856, 137 años: 85% de los asesinos identificados fueron hombres.
-Homicidios cometidos en Nueva York entre 1797 y 1875, 78 años: 93 % de los asesinos identificados fueron hombres.
-Homicidios cometidos en Nueva York entre 1968 y 1994, 26 años: 93 % de los asesinos identificados fueron hombres.

En lo tocante a nuestro país, Miguel Lorente Acosta, médico forense y profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada, en un excelente y meticuloso artículo publicado en 2013, titulado Hombres asesinados y mentiras resucitadas, se encarga de poner los datos en su sitio a todos los machos manipuladores que los retorcieron en su favor. A raíz de unas estadísticas de violencia doméstica publicadas ese año en España, algunos de estos hombres se vinieron arriba y enarbolaron la bandera del 29% de hombres asesinados en el ámbito familiar. Pero como muy bien matiza el profesor Lorente Acosta: “se olvidaron mencionar que el 86% de los homicidios de hombres cometidos dentro de las relaciones familiares o domésticas son cometidos por otros hombres”.  

El porqué el instinto violento y asesino sigue estando, siglo tras siglo, muchísimo más arraigado y desarrollado en los hombres que en las mujeres es una incógnita, motivo de perplejidad y estudio por parte de todo tipo de criminólogos, psiquiatras, psicólogos, antropólogos y especialistas diversos. Y sin embargo, a día de hoy, no hay conclusiones claras y consensuadas al respecto. O no tienen interés en que las haya.

Algunos tratan de paliar el inagotable ansia depredador masculino amparándose en explicaciones puramente científicas, como las que sacaron en una investigación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicada en la revista Genes Brain and Behaviour y que culpabilizaba al Gen UVPR1, en los casos en que es más corto, del exceso de agresividad y egoísmo. Factor este del tamaño que se produce casi siempre en los hombres.

Otras expertas, como la doctora Florence Rosemberg, profesora de Antropología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de la Universidad de México, lo tienen muy claro: “Los hombres inventaron la guerra y me refiero a los varones. Desde el neolítico, desde el surgimiento de las primeras ciudades, del poder y del Estado teocrático y militar, los varones empiezan a conquistar otros espacios y así inventan la guerra”. Y añade: “Es bien sabido que, cuando los hombres llegan a conquistar otros lugares, roban o violan a las mujeres, usan la violencia. Eso ha sido parte de la historia en los últimos 5000, 6000 años”.

Pues para querer sacar conclusiones, poca prisa se están dando… ¿Cómo es posible que sigamos igual, viviendo en una sociedad que tolera esta lacra? Desde luego, la escasa voluntad de querer solucionar o ni que sea enmendar la evidente aberración que muestran estas cifras, por parte de los hombres, los hace acreedores de una imperdonable falta de autocrítica patológica que comentaré a continuación y con la que debemos ser más implacables, puesto que los perjudicados somos todos y todas.

Con la testosterona hemos topado

¿Sabías que más del 98 % de asesinos en serie del mundo son hombres?

Si este dato brutal no basta para que expertos y expertas se pongan a ello de inmediato y busquen soluciones con urgencia y eficacia, es que la naturaleza humana se ha perdido para siempre.

Pero la reina del baile criminal de los hombres, a la que todos los expertos, sin excepción, le piden uno es, sin duda, la testosterona. El exceso de esa substancia, la hormona que dispara la agresividad, es la explicación habitual entre los que tratan de entender por qué los hombres son tan propensos al uso de la violencia. La concentración de testosterona en el plasma sanguíneo de un hombre es diez veces mayor que en el de una mujer. Y como el consumo metabólico de testosterona en los hombres es veinte veces mayor que en las mujeres, ya tienen la explicación servida.

Ah, pues muy bien, oiga, pero habrá que hacer algo al respecto, ¿no? Menos explicaciones y más soluciones. Porque no solo de testosterona está formado el hombre de los cojones. ¡Ahí le has dado! La testosterona es una substancia que juega un papel clave en el desarrollo de los tejidos reproductivos masculinos como la próstata y los testículos. Y no podemos descartar que ese infantil empeño atávico universal tan arraigado en los hombres, desde el minuto uno de los tiempos, por demostrar quién tiene más cojones sea la mayor y más absurda causa de mortandad de la humanidad.

Caballeros, ¿qué parte de civilización no han entendido? O me ponen más empeño en solucionar esto pronto o las damas nos hartamos del abuso de paciencia y vejación al que nos vienen sometiendo y aquí se va a montar la de Dios.

No deja de resultar sospechoso, por otra parte, que la mayoría de expertos varones acuda a explicaciones científicas, tratando de hallar justificaciones; y tengan que ser las expertas las que más ahonden en la búsqueda de explicaciones y soluciones psicológicas.

Candice Batton, reconocida directora de la Escuela de Criminología y Justicia Criminal de la Universidad de Nebraska, ha estudiado el tema larga y concienzudamente y considera más que evidente que los hombres son menos propensos a desarrollar las atribuciones negativas de culpa y tienden a buscar causas ajenas a su naturaleza con las que justificar su comportamiento y culpar a los demás de sus problemas.

Eso nos deja con una muy extendida y preocupante falta de autocrítica masculina que se viene llevando por delante la vida de millones de seres vivos. Pero nada, oye, sigan, sigan…

Las mujeres, por el contrario, somos más propensas a desarrollar atribuciones negativas de culpa, atribuyéndolas a causas internas. Y venga a machacarnos.

¡Es que somos imbéciles, chicas! Críticas con nosotras mismas y comprensivas con los demás. ¿Y de qué nos ha servido? ¿Cuánta tolerancia más estamos dispuestas a desplegar mientras ellos no se pongan las pilas correctivas con sus excesos? ¿Cuántos derechos legítimos más vamos a tener que luchar dando la vida en pago mientras ellos siguen matando porque van pasaditos de testosterona? ¿Hasta cuándo va a permitir la sociedad que el impulso criminal tan inequívocamente arraigado en los hombres siga llevándose vidas por delante?

Conclusiones

Teniendo en cuenta lo expuesto hasta ahora, no hace falta ser una lince para concluir que el afán criminal de los hombres le ha costado y le cuesta a la humanidad billones y billones de horas, recursos y dinero público dilapidado en gastos judiciales, policiales, penitenciarios, terapéuticos y sanitarios. Amén de quilates y quilates de sufrimiento, dolor, devastación e impotencia del todo incalculables.

Exigir mucha más seriedad, conciencia y voluntad de resolución para erradicar este gravísimo problema es lo mínimo que podemos hacer.

Y exigir respeto personal e institucional para todas las mujeres asesinadas, violadas, maltratadas, explotadas, infravaloradas, vejadas y torturadas por energúmenos, sociópatas, jefes abusadores, maridos y parejas desalmados, colegas trepadores, canallas camaleónicos…

Nosotras, las mujeres, no somos las criminales. Nosotras no causamos pérdidas al dichoso sistema. El sistema de los hombres, ese al que se nos permite acceder en cuentagotas. Y gracias. En nuestra declaración de renta de la vida nos toca a devolver. Porque son muchos más los beneficios que generamos (profesionales, emocionales, intelectuales, familiares…) que las molestias. Y sin embargo, incomprensiblemente, llevamos siglos tragando mucha injusticia y desigualdad sin merecerlo, que ya no sabemos qué más demostrar, demostrado está todo de sobras, y nos ha salido una úlcera en el alma que nos sangra de insatisfacción e impotencia.   

Esto no puede seguir igual. No podemos ni debemos seguir adelante mañana como si tal cosa. Dando por hecho que toda esa mierda masculina puede seguir apestando porque es lo normal. Ya el Día De La Mujer se celebró y a otra cosa. ¡NO, NO Y NO!

¡Respeto, consideración e igualdad!
#NiUnaMenos







Comentarios

  1. Gracias! Marisol. Poner los datos sobre la mesa aclara mucho el tema. Son investigaciones irrefutables para los que siguen hablando de " violencia doméstica" pero también para todas las mujeres que siguen sin considerar el valor histórico de las luchas feministas.

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