VERGÜENZA


   Vergüenza. Ignominia. Perversidad. Asco. Impotencia. Atropello. Mala fe. Prepotencia. Vanidad. Abusos. Codicia. Envilecimiento. Inmoralidad. Injusticia. Miseria. Decadencia.


   -¡Vamos! ¿Quién da más? ¡Hagan juego, señoras y señores!
   -¡Apuesten y llévense premio seguro! ¡Tengo desahucios, despidos, hambrunas, guerras, atentados, crímenes y maltratos de todas clases, mentiras, corrupción y mucho, mucho desamor!
   -¡Te toca fijo! Si todavía no estás del todo insatisfech@, ¡no lo pienses más! ¿Qué puedes perder, un poco de conciencia o de decencia? ¿Y para qué coño las necesitas? ¡Esto es lo que se lleva y más vale que apuestes o te pongo el bozal de la sumisión!


   ¡POR FAVOOOOOR! ¿Cómo puede ser que todavía no se nos haya caído la cara de vergüenza? ¿Cómo podemos seguir mirando para otro lado -¿para dónde? ¿qué lado? ¡Si todos están igual!!!- y no nos mareemos del pestilente hedor que emana por doquier?


   No sé a ti, pero a mí esto me huele a diabólico. Hemos caído en manos del lado oscuro que ha abducido a la humanidad de tal forma que nos negamos a admitirlo, como cualquier drogadicto hace con su adicción. El mundo necesita un profundo e intenso exorcismo. ¡No podemos seguir así! Yo, al menos, reconozco que desfallezco por momentos... Seré demasiado sensible, no lo sé, pero es todo tan denigrante y desesperante que si no reaccionamos pronto, más vale que cojamos el mundo y se lo pasemos a Pau Gasol para que enceste un triple galáctico con él y lo envíe al planeta de los simios, a ver si allí lo arreglan de una vez. Porque lo que es aquí la cosa está verdaderamente jodida.


   Si seguimos tomándonos dosis de este cóctel emponzoñado que nos brindamos unos a otros, ya no habrá cordura ni coherencia suficientes para neutralizarlo. ¿Es que no os dais cuenta? Nos envenena y nos consume poco a poco, sorbo a sorbo, e intoxica nuestras almas tan inexorablemente que para cuando nos queramos dar cuenta ya no habrá nada que hacer.
   Y nosotros nos dejamos porque bastantes quebraderos de cabeza tenemos ya con nuestras deudas y nuestras hipotecas; con el constante desaliento que nos causa este absurdo sinvivir, repleto de angustia y de incertidumbre. Es un mundo apestoso y miserable en el que millones de personas perecen, a un par de horas de avión de nuestras casas, mientras un puñado de escogidos se baña en el oro que obtuvo especulando con nuestra miseria. Y lo contemplamos con esa mezcla de impotencia, tristeza y ¡a mí que me registren! ¿Qué puedo hacer yo?


   Pues mira, te cuento: para empezar, sé valiente y sincer@ contigo mism@. Sé fiel a tu propia causa, la de tu existencia, y no renuncies a ti mism@ tan fácilmente, ¡joder! ¡Lucha por tus sueños, por tus convicciones, por tus principios! ¡Y no te bajes los pantalones tan fácilmente, cobarde, para que abusen de ti como y cuando les plazca, hasta que llegue un momento en que te cueste tanto mirarte a la cara, que prefieras convencerte de que estás haciendo lo correcto y no salgas ya nunca más del barril envilecido en que te has dejado meter! ¡Abre tus ojos, tus oídos, tu alma y tu mente y sacúdete de encima la presión por unos instantes! ¿Qué ves ahí? ¿Te ves a ti mismo? ¿No? ¿Y a qué esperas? ¡Vé en busca de luz, de bondad y de coherencia y no te dejes arrastrar por las tinieblas de la pasividad y de la ambición más sibilina! ¡Haz algo bueno con tu vida, siéntete orgullos@ de tu proceder! ¡QUE SÓLO SE VIVE UNA VEZ!!!!!!!!!!!!!!!!!!






   ¡Ay, pero qué difícil nos lo ponen, coño! No, si yo lo reconozco... ¡Es terrible! Mires donde mires, casi todo está podrido. De vez en cuando, se atisba una rendijilla de buena fe o de generosidad; un poquito de altruismo por acá, una pizquita de justicia por allá... Pero poca cosa, la verdad.


   Son malos momentos para la lírica, la ética y la felicidad.


   Estamos viviendo uno de los momentos más tristes y decadentes de la historia. Las partes del planeta que no son pasto de las guerras, la sed, el hambre o las enfermedades; son víctimas de un embrutecimiento moral insaciable que ha corroído los cimientos de la civilización y su maravilloso estado del bienestar.


   Y como no podía ser de otra manera, los líderes, las cabezas visibles de los que nos gobiernan y educan o de los que optan a hacerlo, los representantes oficiales de todo este tinglado o de partes de él, no están a la altura. Es lógico. Alguno habrá por ahí, no digo yo que no, que sea un poco decente y consecuente. Pero no es lo que abunda. Y por si acaso la lucidez se empecinara en hacer de las suyas y tratar de imponerse, ya hemos engendrado suficientes mecanismos reconductores para que lo que se imponga sea el caos y todo siga igual de embarullado. ¿Qué se puede esperar de una inercia tan corrosiva y devastadora? ¿Líderes honestos y con agallas? ¿Personas con las ideas claras y el valor suficiente para atacar el meollo del problema? Nooooo... El meollo del problema es tan gordo y lleva tanto tiempo parcheado, que ya nadie se atreve con él. Por eso siempre he sido más partidaria de la medicina homeopática, que de la tradicional. En nuestra cultura, cuando te duele la cabeza insistentemente y vas al médico, te dan un analgésico; en cambio, la medicina homeopática, la buena medicina homeopática, trata de encontrar qué es lo que te hace tener dolores de cabeza y procura solucionarlo. ¿Lograremos algún día quitarnos el dolor de alma para siempre?






   Litlle England y El entrenador oscuro



  En estos últimos días, hemos asistido, una vez más, a la actuación bochornosa de dos líderes enfermos, que no admiten estarlo: David Cameron y Jose Mourinho. El inglés protagoniza impunemente la serie, producida por la BBC, Little England. Y el portugués es la cochambrosa estrella de la superproducción El entrenador oscuro.


   Ambos personajes padecen la misma aterradora dolencia tan difícil de curar: la falta de autocrítica. ¡Qué miedo! No hay nada peor que eso. La falta de autocrítica es la pandemia de un mundo occidental decadente e incapaz de poner freno a sus desenfrenos. Yo siempre huyo de las personas con falta de autocrítica que se cruzan en mi camino. Son manipuladoras, mentirosas, ególatras e invariablemente acarrean un sinfín de problemas que te acaban jodiendo la vida. Esta clase de personas están a un paso de la sociopatía y, si se les da poder, pudren e intoxican su entorno hasta tal punto que luego resulta complicadísimo sanearlo del todo. Y lo curioso es que los que no son críticos consigo mismos son los más críticos con los demás, los que siempre esconden su debilidad y su inoperancia bajo los defectos de los otros. Especialmente, de los mejores o de los más buena gente; ya que si no pueden utilizarlos para sus fines, ansían quitárselos de delante lo antes posible, para poder seguir manipulando a su antojo y alimentando su inseguridad patológica, sin necesidad de ser cuestionados.
   La falta de autocrítica empobrece, además, hasta tal punto al que la padece que sólo es capaz de ver las cosas en función de sí mismo. Son las típicas personas que dicen: "¿Por qué me sucede esto a mí?" o "¿Cómo es posible que se hayan atrevido a hacerme esto?" Sólo les importa su imagen o las consecuencias que para ellas acarrea lo sucedido. No les importa apenas lo que haya pasado, tan sólo cómo ha afectado a su credibilidad ante los demás. Y no podemos permitir que este tipo de personas ocupen puestos de responsabilidad... Hasta que no se curen, si es eso posible.


   Pero vayamos por partes.


   Empezaré por el de menor rango, Mourinho, puesto que no es más que un entrenador de fútbol. Un deporte, un simple y maldito deporte. Una diversión con millones de seguidores en todo el mundo, que se ha convertido en un negocio que mueve muchos más millones de pasta en muy pocos bolsillos. Y allí donde corre el dinero, siempre aparecen personajes turbios dispuestos a sacar tajada.


   Mourinho apareció en España allá por los años 90, en el FCBarcelona, como traductor de Bobby Robson, un caballero inglés intachable dentro y fuera del campo, que entrenó al club catalán durante una temporada. En el Camp Nou fue donde este profesor de educación física portugués empezó a oler el poderío del deporte rey y tuvo claro que él quería ser alguien importante en este mundillo. ¡Y vaya si lo consiguió! Se fue como traductor y volvió como entrenador triunfal, ni más ni menos que del Real Madrid, el eterno rival del Barça. Los títulos conseguidos en sus anteriores clubes le avalaban como eso, como un entrenador de títulos, pragmático y astuto, capaz de hacer un fútbol rácano, pero efectivo. Y eso es lo que creyó necesitar el Real Madrid, uno de los clubes más grandes de este deporte, cuya sequía de títulos mantiene en la desesperación a todos sus seguidores, desde hace unos años. Hasta ahí, todo correcto. Pero he aquí que ni Mourinho, ni sus tácticas futbolísticas cobardicas han conseguido aportar más que una triste Copa del Rey a las vitrinas del RM. Ni juego, ni títulos. A pesar de contar con una de las mejores plantillas del mundo, el portugués no ha sabido plantar cara al mejor Barcelona de la historia, con un Pep Guardiola pletórico y entregado a la causa del buen fútbol. ¡Y ha sido incapaz de asumirlo! Mourinho no está preparado para digerir derrotas ni fracasos, no posee la honestidad ni la velentía suficientes, no quiere estarlo porque no es lo suficientemente maduro y autoexigente y ha usado todas las triquiñuelas a su alcance para tapar su inoperancia, tratando de desprestigiar al Barça, a sus jugadores o al mundo arbitral. ¡Qué vergüenza! ¿Alguien se imagina a Álex Ferguson comportándose así ante las dos derrotas que el FCB he infringido al MU en las dos últimas finales de Champions?


   Y al principio, casi todos cayeron en la trampa del portugués. Porque si evidente es lo lamentable de su comportamiento, -inapelable ahora, tras su agresión cobarde al pobre Tito Vilanova- no lo es menos su indiscutible magnetismo y su personalidad histriónica y arrolladora. Mourinho tiene abducido al madridismo –como muy bien decía José Sámano en su artículo de El País, que recomiendo absolutamente-. Y lo que es peor, ha sembrado la discordia entre unos jóvenes ricos y malcriados, a los que arrastra impunemente por el camino de su perdición, intoxicándolos con su lamentable proceder. ¿Es que nadie va a pararle los pies? El daño que está haciendo el portugués en el fútbol español empieza a ser excesivo, pues ya el veneno empieza a correr por el espíritu intachable y ejemplar de la selección española. No me imagino ya compartiendo un viaje –estupendo y encantador- de puente aéreo con Carles Puyol, como el que hice años atrás, manteniendo la siguiente conversación:


   -Oye, Carles, y cuando estás concentrado con la Selección, ¿cuál es tu compañero de cuarto favorito?
   -¡Raúl! –dice sin pestañear. Y añade, viendo mi cara de perplejidad: -Sí, ya sé que puede resultar raro, pero tienes que pensar que nosotros nos abstraemos de la típica rivalidad entre Barça y Madrid y somos ante todo compañeros de selección. ¡Y nos llevamos de maravilla! Dentro y fuera del campo.


   ¿Hasta cuándo va a permitir el presidente del RM el comportamiento degradante de su técnico? Un entrenador de fútbol tiene muchas responsabilidades: hacia su club, hacia los socios y, sobretodo, hacia sus jugadores y hacia toda esa afición de chaval@s y de jóvenes que le siguen de forma incondicional. Un entrenador debe ser un líder ejemplar para todos esos chicos y chicas, que andan perdidos en este mundo insano y se aferran al fútbol para olvidarse de su triste realidad. Mejor les iría si en vez de gastarse lo poco que tienen en una entrada de fútbol, se fueran a viajar por el mundo y conocieran otras realidades... Pero esa es otra cuestión.






   Y usted, señor Cameron, ¿de qué va? ¡Que es un Primer Ministro británico! ¡Por Dios, un poco de nivel y autocrítica! Cómo se atreve a afirmar: “Está claro que una parte de la sociedad inglesa está enferma”. ¡Toda la sociedad está enferma! No sólo la inglesa, querido. Y los gobernantes como usted que se empeñan en no ver más allá de sus narices y se dedican a reprimir y encarcelar a los jóvenes desesperados, tachándolos de delincuentes enfermos, deben asumir su parte de culpa y aportar otro tipo de soluciones. Sencillamente, han fracasado. Son malos gobernantes. Y malos padres. Y malos profesores. ¡Ah, pero eso sí que duele admitirlo! Hacen como Mourinho: “No, no soy yo el que me equivoco, son los demás.” ¡Chapuceros! Que te digo yo que no nos merecemos líderes así...


   Mi amigo Mario Ruiz comentaba hace poco el papel que la educación ha jugado en todo esto. ¡Y tiene mucha razón! Los españoles deberíamos sentirnos orgullosos de que a nuestros jóvenes, tan desencantados y frustrados como los ingleses, no les haya dado por asaltar tiendas y supermercados, sino que hayan decidido construir un movimiento, el 15-M, con el que han puesto en entredicho la debilitada y empobrecida inercia de la democracia actual. No sólo eso, sino que han presentado propuestas y han utilizado las redes sociales para unir y crear, no para destruir. Se reúnen en asambleas, la forma más democrática de reunirse, discuten toda clase de proposiciones e invitan a participar en ellas a cualquiera que se le antoje. Por eso me rebela y me indigna que la derechona más rancia y sumisa se empeñe en desprestiigar –a lo Mourinho- un movimiento que, por primera vez en muchos años, ha devuelto la esperanza no sólo a nuestros jóvenes, sino a todos aquellos que pensábamos que este burdo mundo consumista había sorbido la sesera de los más tiernos y ya nunca sería posible una reacción. ¡Felicidades, muchach@s! Ya se sabe que los españoles somos muy críticos con lo nuestro, pero convendréis conmigo en que algo habremos hecho bien... ¿No le parece, sr. Cameron?


   En fin... Me he alargado más de lo que pretendía y no quiero cansar a ningún lector, ni a ninguna lectora que haya honrado mi escrito con su lectura. Todavía no he aprendido a decir más con menos palabras. Siempre es bueno que queden cosas por aprender...


   ¡Un saludo cariñoso para tod@s!

















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