LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL. DESPUÉS DEL FIN. UN TRIBUTO A ERNESTO SABATO

  

   Cuando me enteré de la muerte de Ernesto Sabato, me sentí desconsolada. Y así lloré durante un buen rato, incapaz de asumir que el faro de su luz ya no brillaría más en este mundo. Pero quedan sus obras, no cesaba la gente de repetir. Sí, claro, ya lo sé. Pero el hecho de que ese hombre, esa coherencia, esa privilegiada mente y esa valentía inasequible al desaliento se hayan ido de este mundo ¡es de lo más desolador! ¿Quién pondrá las pilas a nuestro espíritu? ¿Qué voz se alzará contra todas esas bajezas e injusticias que los mandatarios y los poderosos no van a dejar de perpetrar? ¿Quién llorará a los excluidos y hará oír sus voces, porque “los excluídos no tienen justicia que los defienda”?


   Sabato y su obra constituyen uno de los pilares de mi formación espiritual e intelectual. En lo que a mí respecta, los preceptos del sabio argentino comparten esa función formativa e instructora junto a Montaigne, Goethe, Huxley, Jung, Kung Tse y Lao Tse. Hay otros y otras más, ¡qué duda cabe! Pero ellos son “mi equipo A”.

   Me pasó algo similar, hace años, con Joseph L. Mankiewicz. Podríamos decir que Mankiewicz era a mi cine, lo que Sabato a mi literatura. Acababa de subirme a un puente aéreo, destino Barcelona, y empecé a leer el periódico. Ahí descubrí que el gran director norteamericano había muerto. Y empecé a llorar desconsoladamente. Más trataba de reprimirme, con más fuerza emanaban mis lágrimas. Se acercó, al fin, la azafata y me dijo con cara de preocupación: “¿Le sucede algo?” Y yo le respondí: “Es que se ha muerto Mankiewicz.” La mujer se quedó perpleja y, con la consiguiente preocupación de que tendría que verse obligada a atender a una pasajera rarita, alcanzó a decir: “¿Quiere que le traiga un poco de agua?” “Gracias”.

   En fin... Así que esperé a que mi alma se templara. Me acosté y me levanté esta mañana con la misión de rendir mi más sentido y modesto tributo a un alma noble, universal, luchadora y preclara. ¡Maestro Sabato, va por vos!





“La creación es esa parte del sentido que hemos conquistado en tensión con la inmensidad del caos.”



   Estas palabras, recogidas en su inmenso libro Antes del fin, reflejan a la perfección el espíritu sabatiano fruto de una mente científica y de un alma artística. Su sensibilidad fue tan generosamente empática y su coherencia tan elevada que, sin duda, nunca dejaron ni dejarán de abrumar a los que tanto dicen admirarle, pero que no poseen el coraje suficiente para tratar de llevar sus preceptos a la práctica.



   Hoy todos los medios nos agasajan con grandes frases del maestro Sabato. Incluso con esa que dice “ser original es en cierto modo estar poniendo de manifiesto la mediocridad de los demás”. Aunque ésta quien realmente la pronunció fue Juan Pablo Castel en El túnel. Hoy le ensalzan y lo alaban, pero mañana se olvidarán de él y de sus palabras, no os quepa la menor duda, porque son demasiado lúcidas y transgresoras para encajarse cómodamente en la tibieza y la incoherencia del mundo actual.



   “En estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos.”


   “Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse.”


¿Quién de todos esos que hoy le alaban se atreve a decir que no vive resignado?
   Si de veras queremos rendir un honesto homenaje al maestro Sabato y estar a la altura de sus circunstancias, luchemos contra nuestra acomodaticia desidia y ¡no nos resignemos! No hagamos de nuestra vida un barrizal de incongruencias y contradicciones, pongamos un poco de empeño en plantar en ella las semillas de la bondad y la coherencia para conducirnos con un proceder limpio y digno.



   Yo era muy joven, demasiado, para ni tan siquiera rozar el genio de Sabato cuando le leí por primera vez. Tenía 16 años y vivíamos la eclosión del boom sudamericano en la literatura hispana. Mis profesores de literatura en la Catalunya de esa España postfranquista tiraban del carro de la libertad con ansia y decisión. Y trataban de arrastrar a los alumnos en su inercia. Pero, lamentablemente, no estábamos preparados para penetrar con la necesaria profundidad en novelas como Pedro Paramo, de Juan Rulfo o El túnel, de Ernesto Sabato.

   Se da, además, la circunstancia de que El túnel es una novela oscura, dura, pesimista, que se inicia con la confesión de un crimen y termina con una frase devastadora, lanzada desde la asfixia de una celda: “Los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos.”

   ¡Uf! Terminar un libro así transmite una desesperanza bestial, más cercana a los postulados de Cioran o Bernhard que a los del mismo Sabato. Porque lo que realmente separa los espíritus de Thomas Bernhard y de Ernesto Sabato, por ejemplo, es que mientras el sabio austríaco personifica como ningún otro la creación más punki del siglo XX; el sabio argentino no cesa de lanzar sus dardos furibundos contra el sistema a través de esa esperanza imperecedera a la que nunca ha cesado de agarrarse. Bernhard llegó un momento en que pasó olímpicamente de su alrededor, se encerró en su mundo y ¡gracias a Dios!, siguió obsequiándonos con sus obras. Pero Sabato nunca desconectó de esa globalidad que a él también le tocó vivir. Y nunca, nunca cesó en su empeño de mostrar la vileza y la injusticia de ese mundo que hemos ido construyendo, pero sin dejar de apelar a una esperanza luminosa y combativa.


   “El anarquismo siempre me ha parecido una vía de conseguir justicia social con libertad plena. Y valoro el cristianismo del Evangelio. Este siglo es atroz y va a terminar atrozmente. Lo único que puede salvarlo es volver al pensamiento poético, a ese anarquismo social, y al arte.”



   “Yo oscilo entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece, porque si no la humanidad habría desaparecido, casi desde el comienzo, porque tantos son los motivos para dudar de todo.”


   Antes de proseguir, es necesario aclarar que Sabato no proviene de una familia acomodada, sino todo lo contrario. Es uno más de 11 hermanos varones, criados por dos inmigrantes de procedencia italiana y albanesa, que tuvieron que luchar muchísimo para sacarlos adelante. Fue un chiquillo sensible y desnutrido en ocasiones, que llegó a pasar hambre de verdad y creció bajo los preceptos de una educación paterna severa y estricta que le marcó para siempre. En ese contexto se fraguó el alma de un muchacho que ya nunca renunció a buscar y defender su propia utopía:



“Sin utopías ningún joven puede vivir en una realidad horrible.”


   Su fe en la juventud ha sido siempre inalterable. A pesar de los muchos sinsabores y circunstancias adversas con que la vida le obligó a bregar, jamás dejó el maestro argentino de dirigirse a la gente joven y de tratar de evitar que esas almas tiernas cayeran en la egoísta apatía imperante en nuestros días. Así lo plasmó, muchos años después, en una de sus obras más brillantes e imprescindibles, Antes del fin:



   “Los jóvenes como vos, herederos de un abismo, deambulan exiliados en una tierra que no les otorga cobijo. En este desguarnecimiento existencial y metafísico, sufren huérfanos de cielo y de techo. Comprendo tu congoja, el desconcierto de pertenecer a un tiempo en que se han derrumbado los muros, pero donde aún no se vislumbran nuevos horizontes. Falsas luminarias pretenden cautivar tu voluntad desde las pantallas. Debes de pensar que no hay un cambio posible cuando el valor de la existencia es menor que el precio de un aviso publicitario. El escepticismo se ha agravado por la creciente resignación con que asumimos la magnitud del desastre. La banalidad con que se degradan los sentimientos más nobles, degenerando al hombre en una patética caricatura, en un ser irreconocible en su humanidad.”


   Para entender la desoladora visión de El túnel, se hace necesario contextualizar el momento y las circunstancias que el maestro argentino estaba viviendo. Sabato está inmerso en una profunda crisis existencial que le ha llevado a renunciar al mundo de la ciencia, del que él forma parte como doctor en Ciencias Físicas, ...


   “En el laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me encontré vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba.”



...y todavía está tratando de digerir la tremenda decepción sufrida por el comunismo real. No por el teórico. De hecho, la suya fue una de las primeras voces mundiales en alertar sobre los peligros que podían derivarse de las terribles paradojas entre la teoría comunista y su difícil puesta en práctica. ¡Algo imperdonable para las exaltadas filas comunistas de finales de los años treinta que, pletóricas e insensatamente faltas de la necesaria autocrítica, las llevaron a repudiar a Sabato y tratarle de traidor! Aunque como muy dijo el maestro:


   “El gran traidor fue ese hombre monstruso, ex seminarista, que liquidó a todos los que habían hecho verdaderamente la revolución, hasta alcanzar en el extranjero al propio Trotsky, uno de los más brillantes y audaces revolucionarios de la primera hora, asesinado en México por los hachazos estalinistas.”




   Sabato, él sí, se sentía traicionado. Y perdido. Y se refugió en un rancho sin luz ni agua corriente, para dar rienda suelta a su genio a través de la pintura y la literatura, dos artes que ya nunca más abandonó. Esas fueron sus terapias creativas contra la decepción y la injusticia, y la soledad y la impotencia que se derivan de ambas. ¡Qué afortunados y privilegiados somos de poder leer y releer cuantas veces queramos su obra! Y de nutrirnos de su savia para vitaminar nuestro espíritu.


   Su imperturbable conciencia y su coraje intelectual le han servido de acicate para irrumpir una y otra vez en el mundo cultural y arremeter contra una sociedad narcotizada y psicopática. El maestro se impuso la obligación y la misión de aportar luz espiritual e intelectual a través de sus palabras como principal objetivo existencial. Así lo dejó plasmado en su discurso al recoger el premio Ortega y Gasset 2002:



   “En este sentido, quienes trabajamos con la palabra, escritores, filósofos, periodistas, pensadores, y quienes a través de sus imágenes hacen oír el clamor de tantas voces silenciadas, todos nosotros, digo, más que una función pedagógica, tenemos un deber ético con las sociedades. Debemos restaurar el sentido de las grandes palabras deterioradas por aquellos que intentan imponer un discurso único e irrevocable.”



Algo muy parecido expone también en Antes del fin:


   “El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana.”

   Puesto que ya hay suficientes medios que ofrecen hoy biografías bien documentadas sobre Ernesto Sabato, no voy a ahondar en ello. Tan sólo mencionaré su paso por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, de la que el presidente argentino Raúl Alfonsín, le nombró presidente. De ahí surgió el famoso y clamoroso informe Nunca más, conocido también como el Informe Sabato.


   Algunos insisten todavía en describirle como un novelista. Cuando, en realidad, sólo escribió tres novelas a lo largo de su vida: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddón el exterminador.

   Son tres obras muy especiales y personales. Pero donde verdadera y más punzantemente aparece el genio del sabio argentino es en sus fascinantes ensayos, cuyo contenido es tan enaltecedor y vibrante, tan cañero y sagaz, tan libre y contundente que su lectura debería ser obligada en cualquier instituto del mundo que se preciara. Que se preciara de educar a jóvenes con un espíritu crítico y saneado, capaces de pensar por sí mismos y de no dejarse abducir por la empobrecida vulgaridad actual.



   “Nos refugiamos en los Sistemas, en las Iglesias, en los Partidos, en las Ortodoxias, como chicos en las faldas de la madre. Son, en suma, manifestaciones de la cobardía.
El hombre libre, el herético, el solitario, tiene que estar poseído de un valor casi demencial.”


   Heterodoxia

   Tal y como dejó dicho el maestro en Antes del fin, ese libro cuya lectura recomiendo encarecidamente a tod@s aquell@s que quieran empezar a conocerle de verdad y que subrayarías de principio a fin:



   “Toda educación depende de la filosofía de la cultura que la presida; y debido a estos obsecuentes imitadores de los “países avanzados” -¿avanzados en qué?- corremos el peligro de propagar aún más la robotización. Debemos oponernos al vaciamiento de nuestra cultura, devastada por esos economicistas que sólo entienden del Producto Bruto Interno –jamás una expresión tan bien lograda-, que están reduciendo la educación al conocimiento de la técnica y de la informática, útiles para los negocios, pero carente de los saberes fundamentales que revela el arte.”


   “La educación es lo menos material que existe, pero lo más decisivo en el porvenir de un pueblo, ya que es su fortaleza espiritual; y por eso es avasallada por quienes pretenden vender al país como oficinas de los grandes consorcios extranjeros.”



   “Pienso en la desdicha de los hombres destinados a la belleza, pero forzados a sobrevivir en la banalidad de esta cultura donde lo que alguna vez fue sentido, ha degenerado en burda diversión, en estimulantes o patéticos objetos decorativos. Triste epílogo de un siglo destrozado entre los delirios de la razón y la crueldad del acero.”


   “La mayor nobleza de los hombres es la de levantar su obra en medio de la devastación, sosteniéndola infatigablemente, a medio camino entre el desgarro y la belleza.”



   “Tantos valores liquidados por el dinero y ahora el mundo, que a todo se entregó para crecer económicamente, no puede albergar a la humanidad.”



   Maestro, que estará en los cielos... Porque, digo yo, que si alguien se merece estar ahí, ese es usted... Sé que fue su poética inconsciente la que empujó a Sabato a morir en sábado. Mas para que su modestia existencial quedara impoluta, no se permitió alcanzar la privilegiada edad de 100 años. ¡Aunque poco le faltó! Que sepa que las semillas de su sabiduría hace tiempo que empezaron a germinar en mi corazón. Sólo me queda agradecerle haber existido y haberse dignado a compartir con el resto de la humanidad su saber y su ética. Su irreprochable ética. Ante usted tiene una humilde servidora que jamás se cansará de promocionar sus palabras. ¡Descanse en paz! ¡Amén!






   “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo ya hay que morirse.”





















Comentarios

  1. Miguel Martínez.30 de abril de 2015, 5:02

    Marisol, me encantó. Es un tributo bellísimo a una persona que también lo fue.

    Miguel.

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