ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE THOMAS MORE

  

   El 7 de febrero de 1477, nació en Londres uno de los seres humanos más coherentes y excepcionales de nuestra historia.
   La misma iglesia que le dejó tirado, para morir en manos del sanguinario rey psicópata Enrique VIII, le canonizó muchos siglos después, en 1935. Fue una de las muertes más dignas y ejemplares de las que se haya tenido noticia. Como muy bien dice el traductor de la edición que poseo (1937), Ramón Esquerra:

"Morir con elegancia es una de las cosas más difíciles que existen. Y cuando se muere por mantener la propia independencia espiritual crece la dificultad. La muerte de More es, sin duda alguna, la más elegante y serena que registra la historia de los mártires de la libertad de conciencia."


   Gran amigo de otro hombre primordial y único, Erasmo de Roterdam, no cesaron de cartearse y de compartir sus espíritus afines y su sabiduría. Por eso sabemos que la propia vida de More fue un ejemplo constante de coherencia y bondad en cada una de las parcelas que la componían.
   De su trato con los animales, por ejemplo, cuenta Erasmo:
"Siente pasión por los animales de todas clases y se complace en observar sus costumbres. Todos los pájaros de Chelsea van a buscar alimento a su casa. Posee una colección de animales domesticados: una zorra, un hurón, una comadreja. Compra inmediatamente todas las rarezas que le llevan. Su casa es un museo de curiosidades que goza enseñando a los visitantes."
   En la igualdad de la mujer también fue pionero, como en tantos otros temas. Predicó con el ejemplo y educó a sus hijos y sus hijas por un igual. Así es como More lo veía:

"En una mujer, la instrucción y la virtud forman un tesoro mejor que la corona de un rey; no porque yo quiera que la mujer use de la ciencia para llegar a una corona mundana... sino porque la instrucción sobrevive, no sólo a la fortuna, sino a la belleza."
   Erasmo tuvo ocasión de comprobarlo en una de sus muchas visitas a la casa de su amigo. Y escribió:
"En aquella casa no se ven perezosos; ninguna muchacha se ocupa en cosas frívolas. Tito-Livio está inconscientemente en sus manos. Se hallan tan adelantadas, que son capaces de leer autores de esta talla y de comprenderlos sin ayuda de traducciones, a menos que encuentren alguna palabra de las que aun a mí me causarían perplejidad."
   En una carta a Gunnel, el preceptor de sus hijos, aconsejaba:
"Impondréis la enseñanza enseñando la virtud más que reprobando el vicio, y haréis de manera que mis hijos amen los buenos consejos en vez de odiarlos."
   Yo llegué a More, como casi todo el mundo, a través de su Utopía. Quedé tan impresionada la primera vez que lo leí, que me vi forzada a releer sus páginas en más de una ocasión. Es tal la modernidad de sus preceptos, que muchos pueden ser vistos, incluso hoy, como revolucionarios.
   Uno de sus más insignes seguidores es nuestro gran Francisco de Quevedo:
"El libro es corto; mas para atenderle como merece, ninguna vida será larga. Escribió poco y dijo mucho. Si los que gobiernan le obedecen, y los que obedecen se gobiernan por él, ni a aquellos será carga, ni a estos cuidado." 
   Un tema tan candente y polémico en la actualidad como es el de la eutanasia está tratado ¡con un sentido común y una honestidad tan preclaros que impresiona! En el escrito Qué bello es morir, publicado en este mismo blog, hallaréis generosos extractos del libro de More sobre este tema.
   Cuando le llegó su fatídica hora, la encaró con tal templanza y serenidad que no pudo por menos que despertar admiración, incluso entre sus verdugos. Al acercársele el Duque de Norfolk y recordarle: "La cólera del príncipe es la muerte", More respondió: 

"¿Es esto todo lo que tenéis que decirme? Pues entonces no hay entre vos y yo más diferencia que esta: que yo morire hoy, mientras que vos moriréis mañana". 
   ¡Puro Sócrates!
   Ramón Esquerra describe así de bien los últimos momentos de Thomas More:
"Antes de morir, rogó a su yerno Roper que entregase una moneda de oro al verdugo, en premio del servicio que había de prestarle, y se encaminó al suplicio. Rogó al verdugo que hiciera bien su oficio. "¡Va en ello tu honor!", y apartó la barba del tajo diciendo que no debía ser cortada "pues no había cometido traición alguna". Cayó el hacha, y con ella la cabeza de un hombre que quiso siempre pensar rectamente en un mundo lleno de confusión."
¡Larga vida a Thomas More!!!

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