SIN PERDÓN

MAX.- España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África.
(...)
Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere.
Luces de Bohemia
RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN


   En una sociedad inflexible y estática como la nuestra y la de muchos otros países, sometida durante siglos a la dictadura espiritual del catolicismo, el perdón ha jugado un papel muy importante. Millones de hombres ensotanados llevan siglos convencidos de que uno de sus principales poderes consiste en otorgar el perdón a quien ellos consideren, por la gracia de Dios. ¡Ay, qué harto debe de estar ese Dios suyo de conceder tantos perdones a tantos y tantas imbéciles!

   Para el catolicismo, la salud es soberbia; la confianza en sí mismo, orgullo; el valor, jactancia; todas las virtudes nobles son despreciadas y afeadas; en cambio, las miserias tristes se explican, se justifican y se alaban: el pecador humilde, el miserable humilde, el crapuloso humilde, el imbécil humilde siempre tienen su defensa y hasta su apología
PÍO BAROJA
Los recursos de la astucia


Y algunos habrá habido, claro que sí, que hayan merecido ser perdonados por haberse arrepentido, en lo más profundo de su ser, de sus pecados; pero hay tantos otros, ajenos al remordimiento, que tan sólo han utilizado ese perdón para cubrir las espaldas de sus pecados y poder así seguir maniobrando con ellos a su antojo...

   Desagradable me es ver a los que se santiguan tres veces en el Benedicite, y otras tantas en el acto de Gracias, mientras todo el resto del día se ocupan en el odio, la avaricia y la injusticia, dando su hora a los vicios y su hora a Dios, como por compensación y componenda.
MONTAIGNE
Ensayos


   La filosofía del perdón es tremendamente peligrosa por serle inherente una pasividad y una falta de autocrítica sospechosas de debilidad compulsiva.
   -¿Falta de autocrítica? Pero si el hecho de confesar ya es una forma de autocrítica...
   -Sí, pero sólo aparente: soy capaz de confesar mi debilidad, cierto, mas no respondo de ella. Es más, permito y tolero que la debilidad siga campando en mi interior, a sus anchas, hasta tal punto que me familiarizo con ella y acabamos organizando unas timbas que no veas. Entre otras cosas, porque la debilidad no me la confieso a mí mismo, sino a otro que sé que me va a perdonar fijo y que, por lo tanto, me exonera de su peso. Así que ¿para qué agobiarme?

   Esto es, si yo sé que, haga lo que haga, luego voy, lo confieso y me perdonan a cambio de rezar unas cuantas oraciones -que muchos pasan de rezar-, pues me siento como inmune y autorizado a seguir trapicheando con mis pecados. No hace falta que me esfuerce en ningún sentido por tratar de no seguir pecando, o que reflexione con devota honestidad hasta hacerme plenamente consciente de mi circunstancia pecadora y logre superarla; no, no, qué va, en absoluto, con ir y confesarlo ya es suficiente. Y si encima, me paso por la iglesia de vez en cuando, pues mejor que mejor. Les va tan mal a los católicos con sus aburridas y mecanizadas liturgias que hacer mero acto de presencia en ellas casi te garantiza todo lo demás.

   A nadie se le ocurría dar los sermones con ingenio, y así la doctrina no podía ser grata ni al alma ni al corazón.
GOETHE
Poesía y verdad


   Y no te digo nada si efectúas algún que otro generoso donativo, entonces sí que ya puedes pecar cuanto quieras, que no hay problema. Pero, bueno, ¿qué clase de iglesia es ésta? ¿Qué solvencia moral tienen sus sacerdotes para perdonarnos? Aparentemente, de cara a la galería, predican “la palabra de Dios”, pero luego, en los trasfondos de sus capillas, practican un escandaloso contrabando espiritual con el diablo. ¿Realmente sirve para algo el perdón de todos ellos? ¿Acaso están capacitados para conceder perdones? Francis Ford Coppola se reservó la tercera parte de El Padrino para ahondar en los tejemanejes que la riquísima y poderosísima curia romana se trae entre manos, implicándola abiertamente con la mafia italiana y llegando incluso a aventurar un pacto entre ambas para librarse de Juan Pablo I, un papa que hubiera podido hacer peligrar las armoniosas relaciones entre dos de las organizaciones más omnipotentes del planeta, desde Roma.

   ...la antigua ciudad de Rómulo, donde Dios es siempre el objeto más amado, después de la dominación, de la riqueza, de la ociosidad y del placer.
VOLTAIRE
Cartas filosóficas


   ¿No es acaso vergonzosamente contradictorio que una organización religiosa, inspirada en/por la figura de un hombre legendario extraordinario, que, según cuentan, jamás tuvo ni un duro, y que pasó su vida malviviendo y predicando entre los desamparados, los enfermos y los machacados por el sistema de aquella época, que acabó machacándole a sí mismo de manera fulminante, esté forrada de pasta y sea tan poderosa?

   En todas las grandes ceremonias del Vaticano se repite la misma estampa: bajo unas vestiduras bordadas en oro, rodeado por un cúmulo de obispos y cardenales cargados igualmente con terciopelos y brocados, el Papa se exhibe ante los fieles de todo el mundo al pie de una cruz donde cuelga su Dios desnudo. Coronado con una mitra que no se ha movido desde el tiempo de los faraones y amparado por el esplendor de unos mármoles que labraron Migue Ángel y Bernini, el Papa encima aún se queja. Desde su alta poltrona se lamenta del ateísmo, del laicismo, de la persecución religiosa y del rumbo pecaminoso que ha tomado la humanidad. Si a lo largo de la historia la Iglesia no ha hecho más que equivocarse en todo, salvo en que la vida es una herida mortal de necesidad, ignoro por qué el Papa se permite el lujo de instalar la culpa en nuestra nuca y no en la suya.
MANUEL VICENT
Doble llave
EL PAÍS, 30 de Enero de 2005


   ¿Cómo pueden ir por esos mundos del Diablo, predicando la palabra de Dios, embutidos en ricas vestiduras, subidos en un sofisticado chisme llamado “Papamóvil”, contemplar la orgía que la miseria, la enfermedad y la muerte tienen montada entre los pobres habitantes de países regidos por mandatarios multimillonarios, predicar paciencia y resignación y volverse a sus palacios opulentos, repletos de oros y oropeles, vivir como reyes y pretender ser los representantes de Dios en la Tierra? ¡Oiga! ¿Cómo dice? ¡Vamos, hombre, pero si ésa es una de las mayores y más flagrantes incoherencias morales a la que llevamos siglos contribuyendo! Y está claro que no incluyo en esta farsa a todos esos hombres y mujeres misioneros, devotos y honestos, que se han encasquetado sus hábitos lejos de las comodidades de sus congregaciones y han dedicado su existencia a servir, de muy variadas maneras, a los necesitados. Muchos de ellos obligados, sin duda y sin piedad, a exiliarse al Tercer Mundo, por ser demasiado críticos con el Primero. Así es como los capitostes vaticanos tratan a sus afiliados de base. Aunque lo que los obispos, cardenales y demás altos mandatarios católicos consideran mayor castigo no es eso, sino privar a todos esos hombres -puesto que las mujeres en la iglesia católica, cuales hijas de Alá, siempre han estado privadas de todo- de la posibilidad de medrar en su jerarquía. Algo que cualquier alma limpia que realmente ansíe servir a Dios debe vivir más como una liberación, que no como un castigo. Quién sabe, igual fue esa sensación la que inspiró a los estudiosos alternativos de la fe para denominar a su teoría “teología de la liberación”.

   Jesucristo convivía con enfermos y tullidos de todas clases, con toda la gente acreedora de la mala reputación con que les había cargado el sistema, romano en aquellas fechas; convivía incluso con leprosos, los asistía y trataba de ofrecerles el más desinteresado de los consuelos. Y fueron muchos los corazones que se conmovieron por ello y que no pudieron evitar seguir a un hombre tan bondadoso y coherente consigo mismo y con sus creencias. ¡No me extraña! ¡Menuda credibilidad! Que es justo lo que les falta a los católicos desde hace demasiado tiempo, credibilidad. Si realmente desean llegar al corazón de las gentes y alternar con sus espíritus, ¡que prediquen con el ejemplo! ¡Que sus líderes se vayan a convivir con esos MILLONES de seres auténticamente desamparados, que diariamente entregan sus vidas al hambre, a la más cruda miseria, a la falta total de asistencia médica, a cualquier guerra absurda, a la malaria, al sida o a tantas otras infames enfermedades! No es de extrañar que ONGs, tipo “Médicos sin Fronteras” gocen de mayor aceptación popular. Personalmente, creo que todo ese personal sanitario está más cerca de Dios de lo que lo están en el Vaticano.

   Si los católicos quieren ganar auténticos adeptos, no de los de cartónpiedra, sino gente que sienta sus prédicas en lo más hondo de su ser, que empiecen desenmascarando la corrupción en el seno de su propia organización. Que repartan equitativamente sus bienes entre los necesitados. Que presionen -y ellos sí que pueden hacerlo- a las organizaciones internacionales, a los gobiernos de todo el mundo y a sus gestores económicos para que se ponga un tope a las riquezas personales de los individuos, para que no se permita que ningún ser humano pueda acumular más de una determinada cantidad de dinero. Y que procuren que los excedentes sean cedidos a un organismo imparcial, elegido por la comunidad internacional, para que sean repartidos competente y equitativamente entre los lugares, países y gentes que realmente lo necesiten. Si quieren recuperar el respeto de sus feligreses hacia los principios que preconizan, y que tan difícil parece que les resultan hoy en día de cumplir, que el Papa se vaya a la Bolsa de Nueva York, o a la de Londres o a la de Tokio y se líe a bastonazos y la arme como hizo Jesús cuando entró en el templo de los fariseos.

   Entrad en la bolsa de Londres, ese lugar más respetable que otros sitios donde se recitan cursos; veréis allí reunidos, para bien de los hombres, a representantes de todas las naciones. Allí el judío, el mahometano y el cristiano se tratan como si pertenecieran a la misma religión, y no dan el nombre de infieles más que a los que quiebran.
VOLTAIRE
Cartas filosóficas


   ¿Acaso no es en eso en lo que se han convertido los más privilegiados de sus adeptos, en unos fariseos? 
   ¿Acaso no lo son también ellos mismos?

   FARISEO: Se aplica a las personas que, en religión o en una doctrina cualquiera, se muestran muy rigurosos tanto consigo mismas como con otros en la observancia de las formas, pero, en realidad, están muy lejos de ser fieles a la doctrina.
(Diccionario de María Moliner)


   ¿Cómo no va a haber crisis espiritual? ¡Oh, Dios, cuánta hipocresía! ¡Sí, apelo a Dios, porque Dios no tiene firmado ningún contrato en exclusiva con nadie! ¡La humanidad, desde todos los puntos del planeta, lleva siglos encomendándose a Dios, denominándole de muchas maneras, erigiéndole templos de la más variada índole, montándole performances de todo tipo, representándole con las más diversas formas, utilizándole para sus propósitos y tratando de mantener a la muchedumbre bajo la amenaza de su castigo si incumplen sus enseñanzas! ¡Dios es patrimonio de la humanidad! Y, como tal, no pertenece a nadie, porque nos pertenece a todos. Nada me parece más ridículo como que alguien pretenda hacerse pasar por su representante en la Tierra. Y los católicos no son los únicos, claro. No veas la de tinglados religiosos que se han ido montando en nombre de Dios. ¡Y todos creen tener la exclusiva!

   Dios no es ningún ente supremo, ningún ser etéreo que deambule por los cielos, montado en una nube. Dios existe en todos y cada uno de nosotros, siempre y cuando estemos dispuestos a sentirlo, a impregnarnos de los buenos influjos que broten de nuestros corazones y de los que nos salgan al encuentro, y a esparcirlos y sembrarlos a nuestro paso. Dios habita en nuestro corazón y, obligado por las cirsunstancias, no le ha quedado otra opción que compartir ese delicado apartamento nuestro con el Demonio. Ya que, como dijo Ghandi en una ocasión:

   Los únicos demonios que existen están en nuestro corazón, y es contra ellos contra los que hay que luchar.

   Dios trata, por todos los medios, de que el Diablo no se apodere de todo el recinto. Lo demás corre de nuestra cuenta. A Dios no hay que adorarle, hay que sentirle. Y el único modo de conseguirlo es tratar de sentirnos en paz con nosotros mismos. Sólo así seremos capaces de comprender las palabras de Jung cuando, en una entrevista, le preguntaron:

   -¿Usted cree en Dios?
   -Yo no creo, sé.


   La mayoría de guías espirituales de todo el mundo están vergonzosamente apegados a la materia y cada vez más alejados de los valores que predican. Por eso no es de extrañar que el número de personas desasistidas espiritualmente sea alarmantemente elevado. Tampoco es de extrañar que ese vacío espiritual haya sido rellenado, casi desbordado, por la empalagosa argamasa que una sociedad miedosa, cobarde y egoísta ha ido amasando siglo a siglo. Una sociedad psicopática que desconfía constantemente de sí misma, que sólo se preocupa de su opulenta supervivencia, sin importarle el precio que los demás tengan que pagar por ella. Una sociedad que, en el mejor de los casos, oculta sus emociones para que nadie pueda pillarla en un renuncio. En el peor, prefiere carecer de ellas, porque las emociones no dan intereses, tan sólo ocasionan problemas. Problemas de conciencia que es preferible no tener para poder seguir preservando esa sociedad del aburrimiento de la honestidad y de sus absurdas comeduras de tarro. Sin conciencia se vive mejor. Sin conciencia, como los psicópatas del libro de Robert Hare, pero, eso sí, con La máscara de la cordura que tan bien supo detectar en ellos Hervey Cleckley perfectamente encajada.

   Quizás la formulación más completa sobre lo que significa una sociedad psicopática es la realizada por José Sánchez, un sociólogo hispano que trabaja en la Universidad de New Jersey, en los Estados Unidos.
   Sánchez comienza por caracterizar la sociedad actual como una en la que se ha producido una desmitificación de la autoridad tradicional adherida a instituciones políticas, religiosas y científicas, llegando a erosionar incluso a la familia. En vez de valores compartidos, socialmente legitimados, se ha extendido una visión cínica en la interpretación de los hechos sociales, donde la violencia, la corrupción y la apatía en la participación política no son sino claras manifestaciones.
Son tiempos de crisis, que producen dos tipos de consecuencias. Por una parte, ya no están claros cuáles son los códigos éticos que han de ser objeto de aprendizaje por la nueva generación, porque se desconfía de los mensajes tradiconales de las instituciones. Por otra parte, aumenta el rango de conductas que se desvían de las normas y que pueden recibir la aprobación de la gente, aunque sólo sea por la cobertura tan extensa que reciben de los medios de comunicación. La conclusión de esto es que la sociedad empieza a albergar cada vez más a jóvenes que se convierten en hombres sin un código claro de valores, y que asumen una mirada cínica, desconfiada, de la sociedad, donde la oportunidad para el éxito material es quizá lo único seguro y tangible.
VICENTE GARRIDO
El psicópata
(Un camaleón en la sociedad actual)


   Ése es el mundo que llevamos siglos construyendo. A estas alturas, parece claro que los que velaban por nuestras almas y nuestras conciencias, los encargados de custodiar nuestros valores morales, han fracasado estrepitosamente. Si lo que pretendían era difundir el bien, no lo han conseguido. Es más, el presidente del club del mal se ha hecho con los servicios de un cuerpo técnico, que ha sabido hacer buenos fichajes y ha configurado un equipo dotado de una capacidad de mutación infinita, y les ganan por goleada. Así que ya va siendo hora de que nos lo empecemos a plantear seriamente.

   El mundo, viejo y resplandeciente edificio cimentado en ese puñado de verdades fundamentales y que necesita constantes reparaciones para conservar intactos sus cimientos, se halla situado en una paramera gris y lóbrega donde bullen y se agitan los tópicos; para llegar al edificio y remozarlo y repararlo hay que destruir todos los tópicos que, vivos, impedirían el acceso, evitando mejora y toda reparación realizada en él.
ENRIQUE JARDIEL PONCELA
Consejos a la juventud


   No tiene sentido seguir manteniendo y dando por válidas unas estructuras de fe incapaces de aportar fe. No tiene sentido seguir como hasta ahora, haciendo ver que no vemos lo evidente. No tiene sentido seguir implorando el perdón de unos seres que no tienen autoridad moral suficiente para concederlo, y que a lo único que pueden aspirar es a ser perdonados por todos esos otros millones de seres desamparados a los que insultan con su diabólica hipocresía.

Ni el hombre ni el ángel pueden la hipocresía
descubrir, el mal único que en el cielo y la tierra
camina sin ser visto, salvo de Dios tan sólo
y de Dios con permiso. Pues muchas veces, aunque
monte la sabiduría su guardia, la sospecha
a su puerta dormita y al fin le cede el puesto
a la simplicidad, mientras que no ve males
la bondad donde males no parece que existan.
JOHN MILTON
El paraíso perdido

  
   El perdón es una especie de redención que no se debe pedir, ni buscar, como casi nada en esta vida, sino que se debe encontrar. Y cuando eso suceda, debemos aprender a construir un albergue de comprensión y de bondad con él en el que dar cobijo a quienes nos han ofendido, y perdonarlos. Pero para que todo eso acontezca, antes, debemos aprender a confesarnos a nosotros mismos todo aquello que voluntaria o involuntariamente nos aparte de la esencia de nuestro ser y nos empuje a traicionarnos. Ése es el mayor de los pecados que podemos cometer.

   Confesaré, pues, lo que sé de mí y confesaré lo que no sé; porque lo que sé de mí, lo sé por la luz que vos me dais; y lo que no sé de mí, no lo sé ni lo sabré hasta que estas mis tinieblas se deshagan con vuestro rostro, más resplandeciente que el mediodía, y con vuestra luz se serene mi conciencia y quede cierta y no dudosa.
SAN AGUSTÍN
Confesiones

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